viernes, 30 de septiembre de 2011

XV - Cuando vuelvo de la escuela...

…doy vueltas a la necesidad de que los más jóvenes adquieran conciencia de la importancia de la responsabilidad, entendida en el doble sentido de orientar siempre los actos propios a la realización de lo que en cada momento procede y de asumir las consecuencias que de ellos puedan derivarse. De nada vale suministrarles información sobre las diferentes disciplinas y materias e inculcarles el valor de la laboriosidad si en el proceso educativo no introducimos elementos que les faciliten la capacidad de discernimiento necesaria para acordar la acción que cada circunstancia exige, al tiempo que la preparación y el ánimo precisos para que nunca se desentiendan de lo que, en mayor o menor medida, a la voluntad de cada uno responde.

Cualquier incidencia menor de las que a diario ocurren en el aula ocupada por alumnos de los primeros niveles educativos no pasa de ser una anécdota que hasta puede tener su gracia si el protagonista la tiene, pero casi con toda seguridad ocurrirá que mute en episodio desagradable si no reaccionamos a tiempo, conseguimos delimitar la autoría del hecho, analizamos con los actores la inconveniencia del mismo y les convencemos de que la correcta educación y la actitud responsable recomiendan que se apliquen en la reparación de lo estropeado, sea de naturaleza material o tenga que ver con la buena relación entre los miembros del grupo.

No hay lugar en la educación para la laxitud, por lo que también en los asuntos que persiguen evitar que los individuos se desvinculen de las consecuencias de sus comportamientos es necesario extremar la rigurosidad. Conseguir que un educando sea consciente de que no ha de actuar de manera improcedente porque cualquiera de las acciones de esa índole que protagonice puede acarrear que todo el grupo se quede sin recreo, por ejemplo, tal vez logre impedir que incorpore a su conducta elementos estructurales que en la edad adulta le lleven a patrocinar actitudes que ocasionen situaciones engorrosas.

Cuando vuelvo de la escuela es buen momento para repasar muchas de las actuaciones de las que fui responsable desde la planificación hasta la ejecución y, consecuentemente, pararme a pensar las consecuencias que se derivaron de ellas. No tengo resistencia alguna a reconocer que, desde la perspectiva del tiempo, en unos casos volvería a repetir todo lo actuado, en otros cambiaría algunas de las etapas y en otros directamente optaría por solución distinta a la en su día elegida. Alejarse de las cosas en el tiempo y el espacio concede amplitud de miras y favorece el análisis incondicionado. Tal vez deberían probar la experiencia quienes ni aunque la tierra se abra a sus pies se inmutan, miran siempre para el lugar opuesto al de sus obligaciones, taponan sus oídos a cualquier sonido que no sea el del halago, no se dan por aludidos ante quienes les exigen coherencia y se aplican en responsabilizar a los demás de las consecuencias de sus actos. Seguro que quienes así se conducen dejaron en más de una ocasión sin recreo a sus compañeros de la escuela.

Después, he caído en la cuenta de que tengo todo el fin de semana para preparar el trabajo del lunes.

jueves, 29 de septiembre de 2011

XIV - Cuando vuelvo de la escuela...

… lo hago pensando que uno de los más importantes logros de entre los que la educación concede es el desarrollo por el individuo de la capacidad de discernir entre los comportamientos que responden a las ideas que con relación a cualquier asunto se sustentan y los que entran en abierta contradicción con ellas. Acompasar la práctica al cuerpo teórico que con la educación y la experiencia vamos levantando es algo imprescindible para el individuo que no quiera ver como los otros le rechazan por causa de la incoherencia de su conducta. La formación desde la edad temprana ha de poner especial énfasis en el objetivo de ofrecer a la sociedad hombres y mujeres que se esfuercen en no dejar espacio para la discrepancia entre discurso y acción.

No está el tiempo presente sobrado de ejemplos en los que quienes están en proceso de formación puedan mirarse. La crisis de valores que afecta a la sociedad de nuestros días hace que los medios de comunicación, en una relación mensaje – receptor que puede ser considerado el más auténtico de los círculos viciosos, fabriquen y publiciten modelos carentes de discurso distinto al de la ordinariez, con lo que al menos no incurren en incongruencia cuando en el proceder muestran el mismo nivel de zafiedad. El mundo de la política, que debería ser el ámbito idóneo para llevar a cabo una labor didáctica que conjugase los patrones de los gobernantes con las ofertas educativas de los gobiernos, ha devenido en el peor de los paradigmas, dada la frecuencia con la que las obras contradicen las propuestas.

Por más que desde la educación se trabajen los valores, en concreto el de la coherencia que hoy me ocupa, con la decisión que permita que los educandos los asimilen y pongan en práctica, la presente situación de deterioro en la consideración que la política y quienes a la práctica de la misma se dedican merecen a la ciudadanía no aguanta hasta la mayoría de edad de quienes ahora están en la escuela sin que la salud democrática se vea afectada. Es imprescindible, por tanto, que las formaciones políticas con representación institucional reformulen sus estrategias, obligándose a que todas ellas se vinculen a la necesaria coherencia entre los discursos teóricos, los compromisos programáticos y las acciones de gobierno.

Cuando vuelvo de la escuela me contento pensando que si bien no fui una excepción en el más que enrevesado mundo de la política y participé de los defectos que le alcanzan, he tenido la ocasión de llegar a tiempo a la reflexión sobre lo que en él es censurable y la necesidad de corregir comportamientos dañinos para todos. Estoy en estos días apreciando que como ciudadano de a pie tengo más fácil el servicio a las ideas con las que hace tiempo me comprometí que en la anterior condición de representante público. No sé si fue exactamente esto lo que dijo hace unos meses Felipe González, pero cada vez me siento más militante de la ideología socialista y menos simpatizante de quienes por su responsabilidad deberían poner más tesón y solvencia en la tarea de conseguir que cada vez más ciudadanos las tengan como propias.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

XIII - Cuando vuelvo de la escuela...

… reflexiono sobre la diferente medida que para valorar las circunstancias, actitudes y conductas se utiliza en según qué ámbito social. Cada profesión, colectivo, organización, tiene su propio lenguaje y una visión singularizada de lo que en torno a ellos sucede. Tienen su lado positivo, sin duda, tales particularidades en las actuaciones sectoriales, puesto que ayuda a una mejor asimilación de los mensajes por parte de los individuos de la comunidad, pero no es menos cierto que para los no iniciados pueden inducir a la confusión en el momento mismo en el que pretendan descifrar los códigos con la información de la que disponen, si ésta la adquirieron en un ámbito y ambiente distinto.

No siempre la valoración negativa por parte de un colectivo está exenta de maldad, pero puedo asegurar que así es en el caso al que quiero referirme, porque nace de un grupo de profesionales serios, rigurosos y responsables, comprometidos con los niños y con la educación. Cuando en un claustro de profesores, sesiones de coordinación o cualquier otra instancia de la actividad docente se habla de que un grupo de un determinado nivel es “malo”, se está haciendo mención a que en la comparación con otro semejante sale desfavorecido por no igualar en el nivel de conocimientos, a que un porcentaje de los alumnos puede presentar retraso madurativo por las más diversas causas, a que la relación de grupo se dificulta por motivaciones muchas veces ajenas al centro educativo. O se está refiriendo quien de manera espontánea emplea el inapropiado adjetivo al hecho de que el grupo precisa de una atención especial.

Convencido de ello estaba cuando no hace todavía un mes me enfrenté a la responsabilidad de elegir grupo de entre los dos existentes en el nivel educativo al que me adscribí. Durante el verano ya había venido recibiendo “advertencias”, por parte de algunos padres de alumnos entonces, sobre la existencia de un grupo bueno y otro no tanto. Informaciones que fueron corroboradas después por los profesionales conocedores de la situación. Tales antecedentes bastaron por sí solos para inclinar mi decisión, movido también por el deseo de comprobar una vez más que la valoración de los demás nunca ha de ser despreciada pero que no es dogma y que incluso prescribe si cambian las circunstancias y las personas.

Cuando vuelvo de la escuela me alegro en la seguridad de haber elegido bien, de tener la suerte de compartir trabajo, enseñanza y aprendizaje con un grupo extraordinario de niños y niñas que no pueden ser malos porque tienen diez años. No quiero pensar que la valoración positiva que hago de mis alumnos es reacción a la que en sentido contrario merecen muchos personajes que me desencantaron apenas empezaron a darse a conocer. Si les aprecio es porque lo valen, porque sus travesuras no son maldades en tamaño infantil sino la exteriorización de una vitalidad dependiente y necesitada de protección. Maldad es la de quienes se sirven de conocimientos y experiencias para programar sus actos destructivos con la frialdad propia del forajido y con el perverso propósito de sembrar la tierra de sal antes de que pueda otro labrarla.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.

martes, 27 de septiembre de 2011

XII - Cuando vuelvo de la escuela...

… doy vueltas a las diferentes alternativas de actuación que barajo a fin de elegir la que mejor resultado pueda ofrecer a la hora de establecer con mis alumnos los valores en los que han de fundamentarse el afecto y el rechazo en la relación entre los miembros del grupo. Hasta en tanto no se demuestre que para la interiorización y conversión de los mensajes en actitudes hay método más efectivo, me inclino por el que se basa en el diálogo sincero, el reconocimiento y elogio prudente de los comportamientos positivos y el diagnóstico y reflexión sobre los que, tanto individual como colectivamente, nada aportan, o lo hacen en sentido negativo.

Nada mejor para validar el método que alcanzar, en primera instancia, el consenso en torno a la desaprobación del aprecio debido al propósito interesado de quienes lo manifiestan. No hay mejor punto de partida para que los educandos identifiquen los comportamientos que asociarlos a las circunstancias y acontecimientos de su cotidianeidad, ni mejor manera de que empiecen a valorarlos que enfrentarles a los resultados que para ellos y para el grupo pueden tener los que de manera individual protagonicen. Ayuda a la comprensión por parte de los alumnos que hagamos extrapolación de sus conductas a la sociedad de los mayores y les hagamos caer en la cuenta del alcance que en ella pudieran tener.

Han de tener claros los miembros del grupo que la relación de afecto con sus condiscípulos no pueden responder a otras motivaciones distintas de la afinidad personal, el trato deferente y la admiración recíproca y que las muestras de simpatía que persiguen la obtención de favores personales, en casi todos los casos contrarios al interés general, no son admisibles y deben encontrar la oposición decidida tanto del común del grupo como de quien es destinatario de una devoción falsa. Las adhesiones inquebrantables y las alabanzas desmedidas son el preámbulo cierto de las deslealtades.

Cuando vuelvo de la escuela me paro a pensar en lo destructivo que puede llegar a ser un modo de vida regulado por unos códigos que cada vez más se están convirtiendo en herméticos para un amplio sector de quienes eligen para representarles a personas con las que, cuando vienen a darse cuenta, no se identifican. Como, desgraciadamente, son muchas las personas que no tuvieron educación en valores y si la tuvieron la olvidaron, aconsejo a quien aún se desenvuelve en la burbuja de la que cuando se ejerce el poder es imposible escapar que impida que le bese la mano quien con zafia intención a él se acerque. Evitará tener que lavar con jabón esa misma mano y aplicarse después alcohol para desprenderse de la baba.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.

lunes, 26 de septiembre de 2011

XI - Cuando vuelvo de la escuela...

… lo hago reflexionando sobre cuál sería la decisión en la hipotética circunstancia de que me viese forzado a elegir, para encauzar la acción docente, entre los elementos educativos tendentes a fortalecer el crecimiento personal en valores o entre los destinados a determinar el nivel de competencia tan sólo en base al de los conocimientos adquiridos. Afortunadamente, no son éstas las únicas opciones en el amplio campo de la actividad educativa. En cualquier escenario, es dada la oportunidad de matizar cada una de las extremas soluciones antes apuntadas, hasta el punto de hacerlas compatibles, evitando que, en abierta contraposición, actúen en detrimento del individuo y en perjuicio de la sociedad. Pero no siempre esta posibilidad es tenida en cuenta y por encima del resultado previsible se impone, a veces, la orientación ideológica del ambiente en el que se desarrolla el proceso educativo. No obstante, y situado en el contexto que al principio apuntaba, no tengo dudas sobre cuál sería mi elección: la señal indeleble que identifica a la persona son los valores que la hacen comportarse como tal en cualquier lugar, tiempo y circunstancia. Lo demás, por muy exitosos que puedan ser los resultados, es algo que, en casi todos los casos ya y si no para la evolución tecnológica en todos mañana, puede llevar a cabo una computadora.

La responsabilidad de formar personas compromete a evitar el adoctrinamiento. Y la formación de personas en edades tempranas obliga a dosificar en su justa medida los asuntos que se van dando a conocer, sin olvidar que en lo que a valores respecta la formación es un proceso de por vida, por lo que es aconsejable que en ninguna fase de ella la saturación de los mensajes que le llegan impida que el individuo pueda procesarlos con normalidad e incorporarlos al inventario de su personalidad. En los primeros años, la didáctica de los valores ha de ejercitarse con discursos breves, preferiblemente incorporados al argumento de relatos del agrado de los educandos, abundando en el ejemplo ofrecido por personas de referencia para ellos, bien sean reales o de ficción, y con el maestro articulando un diálogo que destierre cualquier atisbo de imposición por parte de los discípulos. No soy ajeno al hecho de que, luego, la realidad se impone y la práctica no siempre resulta conforme a lo deseado, pero disponer de una hoja de ruta bien definida ayuda a no desviarse en exceso del objetivo marcado.

Cuando vuelvo de la escuela es buen momento para sentirme contento de haber vuelto a ejercer la profesión de maestro y de tener la oportunidad de diseñar una acción educativa que conforme la voy desarrollando amplia el espacio vital que, por causa del cinismo que preside la práctica política aquí y ahora, cada día apreciaba más reducido. Me siento afortunado de haber salido a tiempo de un mundo en el que, con tal de desacreditar al adversario, revocan su palabra quienes al valor de ella deberían acogerse para ser dignos representantes de los ciudadanos; en el que se esconden e ignoran unos comportamientos y se magnifican otros, con la torcida intención de disparar sobre el enemigo, sin que la verdad sirva de parapeto al atacado; en el que cada vez es más frecuente encontrarse con individuos que no dan la cara porque la tienen manchada de indecencia y del barro por el que se arrastran. Un mundo en el que por causa de los insolentes y obscenos cada vez es mayor la injusticia que se comete dejando de reconocer a quienes de la práctica política hacen un ejemplo de honesta generosidad.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.

viernes, 23 de septiembre de 2011

X - Cuando vuelvo de la escuela...

… regreso a la realidad en el momento en el que alguien con quien me cruzo saluda cuando más embebido estaba en la reflexión sobre la obligación incuestionable de aplicar criterios igualitarios en todas las acciones y actividades que son dadas en el aula y en la necesidad de establecer normas claras que faciliten la actuación conforme a las exigencias académica y social, porque no es admisible que por causa de dar cumplimiento a una se produzca discriminación en la otra. Es necesario, por tanto, determinar con nitidez el punto de partida, diagnosticar de la manera más aproximada posible las capacidades de los miembros del grupo a fin de dar respuesta adecuada a las necesidades de cada uno. Y desterrar desde el principio, para nunca más admitir, el temor de que el tratamiento individualizado supone hurtar posibilidades a los educandos que responden a lo que pudiéramos llamar sector medio, atendiendo al grado de desarrollo.

Más bien sucede lo contrario. Cierto que se requiere una mayor concentración del educador y probablemente también un más alto nivel de especialización y de constante adaptación, pero la organización correcta de la atención personalizada evita la pérdida innecesaria de tiempo y recursos, porque su programación tiene en cuenta las actitudes y aptitudes del individuo al que se le presta. No hay dudas de que han de ser las mismas las materias que se impartan a todos los alumnos, pero tampoco debe haberlas respecto a que los contenidos no pueden ser idénticos. Por tanto, los temas a tratar y el reparto del tiempo han de ser tenidos en cuenta para garantizar que todos los miembros del grupo tienen las mismas oportunidades de desarrollar sus potencias, obviando el tratamiento específico que quienes tienen necesidades educativas especiales reciben fuera del aula.

Con frecuencia se olvida, unas veces por inexplicable demanda de quienes a ella aspiran y otras por rechazable actitud de quienes pueden contribuir a hacerla posible, que la igualdad no es algo abstracto que se alcanza cuando todos los individuos tienen los mismos bienes, sean del tipo que sean, sino que adquiere cuerpo y presencia cuando todos los ciudadanos tienen los mismos derechos y deberes y las mismas oportunidades, regulados por el derecho. Pero la sociedad no es algo que aparece por generación espontánea, sino que se construye paso a paso, a partir de círculos concéntricos organizados en células de convivencia. Si en la familia, en la escuela, en los grupos que conforman el tejido asociativo no se fomenta la igualdad, las bolsas de discriminación y marginalidad serán imposibles de erradicar, porque la legislación por sí sola no acaba, o lo hace tarde, con los hábitos enquistados en la sociedad.

Cuando vuelvo de la escuela no me consuelo pensando en el avance hacia la igualdad que de manera continuada la sociedad de nuestro tiempo ha impulsado, sino que me preocupo por la lentitud de esos pasos hacia delante y por las lacerantes desigualdades que entorpecen la calidad democrática del presente. Democracia es sinónimo de igualdad y el cuerpo legislativo que regula aquélla debería garantizar ésta. Para que el condicional fuese innecesario, tal vez ayudase que quienes recaban y obtienen de los ciudadanos la potestad de gobernarlos aplicasen en sus relaciones internas la igualdad de oportunidades entre los correligionarios. Por ahora, tenemos oportunidad de apreciar sólo como la igualdad se ha convertido en una pieza retórica más de un discurso cada vez menos creíble.

Después, he caído en la cuenta de que tengo todo el fin de semana para preparar el trabajo del lunes.

jueves, 22 de septiembre de 2011

IX - Cuando vuelvo de la escuela...

… recuerdo que ni un solo día lo he hecho sin sorprenderme de que no hubiese sucedido aún. Y es que, con la misma exactitud consustancial al orden cósmico, la convivencia provoca la respuesta individual debida a la disconformidad con modos y actitudes del otro que, en muchas ocasiones, son expresión del descontento con el resto del mundo del que algunas personas hacen religión. No responde a esta última circunstancia, ni por motivación ni por alcance, las quejas que por causa del comportamiento ajeno trasladan uno o varios de sus miembros al responsable del grupo conformado por los individuos que en edades tempranas coinciden en la fase formativa, puesto que en esos casos los reproches no tienen intención ni acidez más allá de las del juego de inocente rivalidad de quienes comparten espacio y actividad durante mucho tiempo.

No obstante, conviene la intervención rápida por parte del educador a fin de discriminar, entre las que pueden ser positivas y las que nunca lo serán, las causas y las consecuencias de las quejas, críticas o protestas con las que unos condiscípulos pueden cuestionar el papel de otros en el grupo. Entre una información y una denuncia hay una estrecha y sutil franja que hay que poner de manifiesto y hacer comprender a los educandos, dejando claro que la primera ha de estar siempre motivada, en tanto que la segunda nunca debe producirse sin pruebas suficientes, debiendo pretender ambas la buena salud del grupo y la actuación contra las circunstancias que pudieran debilitarlo. Tengamos claro que hablamos de pequeñas incidencias en el desarrollo ordinario de la práctica docente, pese a lo cual ha de quedar suficientemente explicitado en ambos casos que, en los asuntos de repercusión exclusiva en el aula, los canales de comunicación no pueden ser otros que los establecidos entre quienes en ella han de regular la pacífica convivencia.

Otra cosa bien distinta es la manifestación en el mundo de los adultos de comportamientos idénticos a los antes mencionados. En el ámbito familiar, centros de trabajo y colectivos de toda índole nunca dejan de estar presentes quienes, a falta de méritos propios, pretenden prosperar ayudando al descrédito de los demás. Quien no tiene capacidad para elevarse sobre sí mismo siempre buscará deprimir al otro. El devocionario popular español no reserva lugar para el chivato, a pesar de lo cual éste no tiene difícil medrar, casi siempre al amparo de quienes con tal de guardar sus posiciones no paran en escrúpulos a la hora de pagar la infamia.

Cuando vuelvo de la escuela hago por recordar algunas de las muestras del ingenio que llena la lírica popular de lenguas malas y largas y de testigos falsos. Como antes decía, el mal fin que los anónimos poetas les predicen no siempre les alcanza con la inmediatez que comportamiento como el que protagonizan merece, a no ser que la conciencia, la mala conciencia, les atormente hasta el punto de impedirles disfrutar de los bienes materiales que la delación les procura. Recuerden, en los momentos que la debida idolatría al patrón les deje libres que "en la vía to se paga / y a quien con la suya ofende / otra lengua lo señala”

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

VIII - Cuando vuelvo de la escuela...

… vengo valorando las diferentes maneras de abordar el tratamiento de la inevitable, y por tanto de presencia esperada, voluntad de algunos individuos de marginar a otros, fragilizando el deseable afán cooperativo del grupo y reduciendo las posibilidades de alcanzar objetivos comunes. Aunque son muchas las actuaciones que exigen tal consideración en el proceso educativo, la que pretenda evitar la fragmentación del grupo ha de tener la de prioritaria.

Quienes más necesitados están de comprensión, afecto y apoyo suelen ser, precisamente, quienes soportan la actitud despectiva de los demás y sufren el riesgo de exclusión. No tener habilidad en el regate al contrario en el partidillo del patio de recreo o hacer el dictado con ortografía correcta y limpia caligrafía son motivos injustificados pero suficientes para que algunos individuos sufran la crítica áspera y el intento de marginación provenientes de quienes deberían, en un grupo cohesionado, poner sus capacidades a contribución del desarrollo de las del otro o tomar como ejemplo, para intentar alcanzar su nivel, las de quienes con brillantez las ponen de manifiesto.

No siempre en el término medio está la virtud. Si un grupo prescinde en su actividad de quienes no alcanzan el que pudiéramos considerar grado aceptable en el desarrollo de sus potencias o de quienes presentan un proceso madurativo excepcional, no tiene garantizada la normalidad por la que el resto de miembros le pueda aportar, sino que corre el peligro cierto de que, liberado de la presión por arriba y por abajo, el núcleo central, ajeno a la realidad periférica, sin más motivación que la atención a los propios intereses, acabe instalado en la mediocridad e impregnando de la misma la actuación del grupo.

Cuando vuelvo de la escuela lo hago pensando que, desde el mismo momento en el que se concreta la posibilidad antes apuntada, el grupo mantiene la condición de tal sólo en apariencia y la previsible evolución será siempre a peor, tanto en las relaciones internas como en las que le pone en contacto con el entorno, puesto que el debilitamiento reduce a la expresión mínima la capacidad de competir. Y es que los mediocres procurarán integrar, para servirse de ellos y no para igualarles en oportunidades, a quienes primero marginaron, pero pondrán frontera de acero y para siempre entre ellos y quienes les producen el recelo temeroso que los acomplejados sienten ante aquéllos a los que quieren parecerse.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.

martes, 20 de septiembre de 2011

VII - Cuando vuelvo de la escuela...

… lo hago abstraído en la reflexión sobre la manera de alcanzar la inclusión de todos los miembros del grupo, de conseguir que cada uno de ellos se sienta cómodo en él sin que la ubicación de unos suponga la deslocalización de otros. Es tarea complicada, sin duda, que requiere establecer unas reglas de comportamiento que tendrán mayor validez cuanto más intenso y sincero sea el diálogo del que han surgido. El mejor punto de partida será el que marquemos en el intento de consolidar el sentimiento de pertenencia, la conexión voluntaria y decidida entre el individuo y el grupo en un proceso de alimentación recíproca.

De la misma manera que algún componente del colectivo puede interpretar el trato igualitario como desprecio a sus méritos, otros pueden juzgar como discriminatoria la actitud que tiende a resaltar los de quienes de manifiesto los ponen en todas las circunstancias. Gran dificultad presenta el empeño de alcanzar el equilibrio que posibilita acercar a cada individuo al lugar que le corresponde sin suscitar recelos en los demás, pero cualquiera con una mínima experiencia en las relaciones grupales ha de saber que trabajar para ello es imprescindible porque puede tener consecuencias desastrosas para el grupo tanto el exceso como el defecto a la hora de valorar y sancionar actitudes y comportamientos.

La mayor parte de los conflictos que afectan a un colectivo tiene su origen en la desmesura que lleva a los responsables de su gobierno a basar las relaciones internas en la adhesión interesada carente del mínimo sentido crítico, que es aquélla a la que se acogen en primer lugar quienes tienen la habilidad para advertir que el esfuerzo es un valor en recesión para quien tiene entre sus objetivos sustituir al grupo, sólido y democrático porque quienes lo integran se obligan a la razón, por una red en la que sus nodos no sólo no cuestionan sino que admiten con servilismo la dependencia clientelar.

Cuando vuelvo de la escuela me contento pensando en el privilegio que representa tener la oportunidad de anunciar, a quienes todavía no son conscientes de ello, los peligros que pueden acarrear los compromisos que responden a la exclusiva conveniencia de quienes los alcanzan. Y es que, al tener la responsabilidad de intervenir en el proceso madurativo de personas en formación, no quisiera que las mismas se vieran sorprendidas asistiendo, como en el momento presente puede ocurrir, al imprevisible desenlace de las relaciones establecidas en el corral entre gallinas que muerden y zorras que ponen huevos.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.

lunes, 19 de septiembre de 2011

VI - Cuando vuelvo de la escuela...

… vengo pensando que ayer, cuando tras días de exposición al sol las uvas moscateles estrenan su nueva condición, el pueblo en el que nací celebró el Día de la Pasa, con el que pretende favorecer la comercialización de un fruto exquisito que, aunque cada vez menos por causa de la menguante demanda, todavía ocupa en su producción a un importante porcentaje de la población activa de El Borge. A la falta de interés del mercado se añade cada año una dificultad sobrevenida, porque sin el sobresalto correspondiente no sería el del quien aspira a vivir de la tierra el sino de la tribulación. El protagonista de este año es el mildiu, que ha arrasado con parte muy importante de la cosecha. Del de las dificultades a las que un año sí y el otro también han debido de enfrentarse los viñeros he pasado al recuerdo de algunas otras incidencias en torno a la vendimia que guardan relación con el asunto del que hoy he hablado con mis alumnos.

Es el caso que en el corrillo con el que empezamos la jornada de trabajo, aconsejaba al grupo sobre la conveniencia de que ningún miembro del mismo se valga de los demás con la intención de buscar beneficio en el trabajo ajeno. Les explicaba que la actitud parasitaria perjudica a quien la protagoniza porque con ella está incurriendo en un comportamiento que le dificulta el crecimiento personal, es injusta con quienes de manera involuntaria comparten con el aprovechado la consideración que su trabajo merece y afecta negativamente al grupo porque deja de nutrirse con la aportación de una de las individualidades que lo conforman.

Hablando de parásitos y aprovechados me vienen a la memoria los tiempos en los que, cuando a principios de agosto el fruto de la vid maduraba, mi pueblo se llenaba de parientes más o menos cercanos, compañeros de servicio militar, amigos circunstancialmente incondicionales y rapaces de todo tipo que, atacados de pérdida de memoria conforme a sus intereses, nunca recordaban que entre unas uvas maduras y las siguientes, la viña se poda, cava, bina y despunta, entre otros necesarios cuidados. Pues a pesar del enfado de los humildes propietarios al ver como llegaban huéspedes tan impertinentes a por el fruto de su esfuerzo, cortaban los mejores racimos para que fuesen testigos en las ajenas mesas de su condición de buenos labradores porque, aunque ahora nos pueda parecer masoquista, esa actitud era la prueba del orgullo legítimo y noble de quienes pocas ocasiones más tenían para mostrarlo.

Cuando vuelvo de la escuela caigo en la cuenta de que circunstancias como las que acabo de relatar, que pensaba propias de una época felizmente superada, siguen vigentes en otros ámbitos y en apariencias diferentes, pero siempre indicadoras de la disposición de algunos a transitar por caminos que otros han venido abriendo. Todavía hay quien tiene la voluntad de comer el fruto sin tan siquiera molestarse en vendimiarlo, sirviéndose de la complicidad envilecida de quienes son incapaces de guardar decentemente la viña. Sólo cabría esperar que quien a por ellas viene tuviera claro que, “fuera parte” las del regalo, las uvas son para que se las coman los de aquí.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.

viernes, 16 de septiembre de 2011

V - Cuando vuelvo de la escuela...

… vengo dando vueltas a la idea de que, si me quejo de la escasa consideración social de los maestros, no faltará quien me acuse de corporativismo, lo cual me trae al fresco en estos momentos. No sólo me importa un pimiento que pueda alguien pensar que me mueve el interés gremial si defiendo la necesidad de que se valore con justicia el papel que en una sociedad democrática corresponde a quienes tienen la mayor responsabilidad en el itinerario formativo de los más jóvenes sino que estoy encantado de actuar tal y como lo hacen periodistas, médicos, fontaneros, albañiles, carniceros y propietarios de farmacia, por ejemplo, con los de su profesión.

Nótese que hablo de la voluntad de defender con los medios a mi alcance, que son pocos pero míos, la consideración social del maestro y no las circunstancias profesionales, que si llega el momento, por puro corporativismo si así quiere alguien llamar a la solidaridad con los compañeros, también lo haré, aunque personalmente me sienta bien retribuido en lo económico y más que satisfecho en lo laboral. Me produce desconfianza una sociedad que se enfrenta a sus maestros, como desgraciadamente empieza a ocurrir en algunos lugares de España, dejando ver el concepto que de la educación tienen quienes, por una parte, preconizan la consideración de autoridad para los educadores y, de otra, pretenden hacerles primeros destinatarios de las consecuencias de los recortes presupuestarios.

Existe de antiguo un recelo desconsiderado hacia los maestros y una muy escasa valoración del trabajo que desarrollan. “Trabajas menos que un maestro de escuela” es una expresión lamentable que desde hace mucho tiempo repiten muchas personas. Pocos de los que piensan conforme a frase tan injusta caen en la cuenta, y si caen se hacen el despistado, en el hecho de que los horarios lectivos están pensados en razón de la capacidad de los alumnos y no en la de los maestros. Y pocos, a no ser los propios profesionales de la educación y sus familias, saben de las horas de trabajo que semanalmente se suman a las lectivas.

Por otra parte, como se trata de no perder ocasión de desprestigiar a los maestros, cuando se trata de juzgar la actitud de alguno de ellos eventualmente dedicado a otras tareas, también se le recrimina el querer mantenerse fuera de la escuela por el rechazo y temor que produce el esfuerzo requerido por la práctica docente. Casualmente, hace unos meses que, comentando la posición crítica que algunos maestros implicados en la actividad política manifestamos, como consecuencia de los resultados de las últimas elecciones locales, un profesional de la información de nuestra provincia nos acusaba de atrincherarnos ante la posibilidad de vernos obligados a soportar el “peso de la tiza”.

No hay mejor momento que cuando vuelvo de la escuela, una vez cumplida la jornada laboral, para apreciar la extraordinaria levedad de la tiza. Siempre la tiene, pero más en estos momentos, cualquier herramienta que sirve para ganarse honradamente la vida. Hay ocupaciones bastante más lesivas para quien con tal de ejercerlas defrauda la confianza en él depositada, revoca la palabra dada, rompe los compromisos adquiridos y, buscando afirmarse en su acomplejada dependencia, soporta el peso de la traición.

Después, he caído en la cuenta de que tengo todo el fin de semana para preparar el trabajo del lunes.

jueves, 15 de septiembre de 2011

IV - Cuando vuelvo de la escuela...

… lo hago pensando en el desánimo que se apodera del grupo, de cualquier grupo, cuando sus miembros advierten que, para obtener la recompensa que debería estar reservada a premiar los buenos actos, no es necesario protagonizarlos, porque el responsable de evaluar los comportamientos de cada individuo lo hace de manera discrecional, primando criterios subjetivos que, si bien nunca son positivos, se convierten en altamente perniciosos cuando son intencionados, puesto que se fundamentan en argumentos propios de quien presta atención a las vísceras antes que a la razón.

El así sesgado comportamiento del educador imposibilita el beneficio de la acción grupal porque los individuos mal dirigidos pierden la perspectiva de lo colectivo conforme tienen conciencia de que la recompensa se convierte en prebenda y las oportunidades en privilegios, que acaban por dar lugar a la aparición de castas. De esa manera, no hay quien pueda convencer a los miembros del grupo de que la fortaleza de éste será consecuencia lógica de la que cada uno le preste. Por tanto, para que los educandos maduren en la percepción de lo colectivo es imprescindible que el educador tenga claro el concepto de lo social, repartiendo tareas y exigiendo aportaciones conforme a la capacidad de cada individuo.

La educación no puede basarse en el premio y en el castigo de actitudes, sobre todo si para determinar los mismos no se tienen en cuenta las aptitudes. Pero no puede prescindir de ellos. El educador ha de reflexionar sobre la evaluación de cada uno de los actos de los educandos sobre los que tiene que decidir, porque del juicio erróneo pueden derivarse determinaciones discriminatorias que lastren peligrosamente el proceso educativo. Por tanto, reparto de tareas, exigencia de aportaciones y justa decisión sobre los comportamientos de los individuos son elementos que facilitan la existencia de un grupo consistente. Parece lógico que si se llega a esta conclusión, la insistencia sobre la necesidad de que cada uno ponga lo mejor de sí mismo a contribución del grupo es primordial.

No puedo evitar, cuando vuelvo de la escuela, pensar que la pertenencia a un grupo, a una formación política, ha llenado, y sigue llenando, parte importante de mi vida. Me pregunto si habré hecho honor a lo que ahora pienso sobre la necesidad de aportar lo mejor de las propias capacidades al grupo del que se forma parte. Me conformo pensando que incluso ahora, apartado del ejercicio de la representación política en los planos tanto orgánico como institucional, presto un buen servicio a la formación a la que pertenezco, dado que si un dirigente de ella quiere desacreditarme, no dirige ya sus dardos contra alguien de primera fila, con el consiguiente deterioro para el grupo, sino contra un ciudadano de a pie. Ya no soy protagonista de la demencial situación de meses pasados, cuando quien tenía que ser el principal valedor de una acción política se dedicaba a hostigar y vilipendiar a quien la representaba.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

III - Cuando vuelvo de la escuela...

…, y teniendo en cuenta que quienes trabajamos en cualquiera de sus aulas debemos conformar un grupo que ha de mostrarse como tal para facilitar que la aportación de cada uno de sus miembros a la sociedad sea fruto de una planificación ordenada y no de la improvisación y el voluntarismo de cada cual, voy dando vueltas a la estrategia adecuada para definir los objetivos de manera que todos los individuos se impliquen en el de avanzar en la construcción de un mundo cómodo para quienes en él viven, que ninguno de ellos se sienta víctima de la exclusión, que todos remen en la misma dirección, que cada uno se sienta bien ubicado y respete el lugar de los demás.

Y es que una escuela reproduce de manera mimética el orden social del tiempo presente. Quienes trabajan en un aula no pueden aislarse de quienes lo hacen en las otras, ni advertir que se ponen trabas a su inclusión en el grupo, ni sentirse desorientados ante la falta de indicaciones precisas, ni soportar responsabilidades para las que no están preparados, ni aguantar que otros ocupen el lugar que legítimamente les corresponde. Si el desorden prima en un aula y en la relación de ésta con las demás, la repercusión negativa en el conjunto de ellas es consecuencia lógica que no tardará en evidenciarse. Me tranquiliza comprobar que, entre la enrevesada burocracia impuesta por la autoridad académica, se abren paso las recomendaciones que tienen que ver con la deseable coordinación entre todos los niveles y grupos del centro escolar y que en el mío defienden su necesidad quienes tienen la posibilidad de diseñar y aplicar las medidas para conseguirla.

El objetivo prioritario de la escuela, sin plazo asfixiante pero también sin relajación excesiva, debería ser el de convertirse en espejo donde la sociedad se mire. Pero pienso que, por desgracia, para estar en condiciones de acometer tan loable aspiración con razonables expectativas de éxito, debería primero blindarse ante la amenaza de que las cosas sean justamente al contrario y sea la de la escuela la imagen caricaturizada de la sociedad . Pero eso sólo será posible a partir de un pacto más allá de las formulaciones teóricas, que implique y comprometa a quienes estén convencidos de que un mundo distinto es posible y que sólo se alcanzará a través del poder transformador de la educación.

Cuando vuelvo de la escuela lo hago recordando que durante muchos años acepté un código de comportamiento que con frecuencia olvida el que debiera ser orden lógico en el gobierno del grupo y que el déficit así acumulado no tarda en ser advertido por quienes han de validar la capacidad del mismo para jugar el papel de vanguardia de la sociedad. Por eso sé que tarde o temprano llegará el momento en el que, quien de ellos los recauda, se dé cuenta de la futilidad de los apoyos de los dóciles, de los incondicionales, de los trepadores, de los devotos… Tal vez entonces sepa comprender que no es la mejor manera de gobernar el grupo la utilización como escudo de la mediocre mansedumbre de aduladores y zampabollos.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.

martes, 13 de septiembre de 2011

II - Cuando vuelvo de la escuela...

… reflexiono sobre la necesidad, muchas veces olvidada, de que la educación reglada conjugue la identificación y comprensión de valores y la adquisición de conocimientos. Formación e información harán de quienes están en edades expectantes personas responsables, sensibles a su entorno, comprometidas con su tiempo, capaces de intervenir sobre la realidad con el objetivo de hacerla satisfactoria para quienes la viven y para quienes la heredarán.

No soy partidario de jerarquizar valores porque pienso que los mismos contribuyen en plano de igualdad a sostener la solidez de la persona íntegra, pero entendiendo que es la capacidad de expresión y comunicación una de las más importantes, si no la que más, potencias del individuo y, desde luego, la que más le ayuda en su vocación social, y en atención a que la más utilizada e importante herramienta para hacerla posible y entendible es la palabra, no parece arriesgado apostar porque el buen uso de la misma se convierta en uno de los valores primordiales sobre los que se fundamente la calidad de la persona.


Es muy importante que desde las edades tempranas los individuos aprendan a utilizar correctamente el lenguaje, una vez convencidos de que más fácil será el entendimiento con los demás cuanto mayor dominio se tenga de los recursos expresivos. La educación debe perseguir imbuir en el educando el aprecio por la belleza del lenguaje en sus usos literarios. Y debe, sobre todo, inocular en los más jóvenes la necesidad de estar en alerta permanente para que la propia palabra sea elemento que condicione en positivo la consideración en la que nos tengan los demás. La palabra, cuando trasciende el ámbito puramente individual, ha de ser firme y consistente.

Cuando volvía de la escuela lo hacía contento porque he podido hablar al más noble de los auditorios del valor de la palabra dada, sin que la memoria me haya hecho enrojecer. Tampoco estaba este contento de hoy exento de maldad, pues mientras volvía de la escuela también pensaba en la preocupación que encontrar la altura del espejo en el que mirarse debe representar para quienes a diario hacen de la mentira su doctrina y someten su palabra a una deflación que la deja con menos valor que una moneda de tres euros.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.

lunes, 12 de septiembre de 2011

I - Cuando vuelvo de la escuela...

… me paro a pensar en el agradecimiento que debo a quienes se privaron de casi todo para que su hijo pudiese “ser un hombre de provecho”, que es como por aquel entonces se definía en mi pueblo a quien tenía la oportunidad de progresar en la vida sin tener que dejar de ganarla de manera honrada. No fui capaz de mucho, porque se me escaparon los masters y especialidades por la urgencia de la necesidad, pero sí de lo suficiente para no defraudarles y para cumplir la noble aspiración de mis padres de que su hijo no tuviese que condicionar el bienestar de los suyos a la propia dignidad.

Recuerdo que, cuando hace unos meses anuncié a los íntimos las intenciones de abandonar la práctica política tras las elecciones locales de mayo, algunos de ellos pusieron en duda que eso fuese a suceder. Todavía no sé si porque valoraban en exceso mi capacidad para el ejercicio de la política o porque menospreciaban mi cualificación para acometer la dura tarea de formar personas tras casi un cuarto de siglo sin hacerlo. O porque lo veían como algo tan inusual que pensaban que esos comportamientos no entran en los que alguien que se dedica a la política se decide a llevar a cabo.

Con los pies en el suelo, siempre he pensado lo mismo: me siento contento de tener la oportunidad de terminar un trabajo, que en su esencia misma es eventual, y de retomar la profesión para la que me formé. Lo veo con absoluta normalidad y con la pena de que varios millones de españoles no tengan a su alcance esa posibilidad. A quienes se han interesado por los conflictos de personalidad que puedan afectarme, les garantizo que soy capaz de vivir sin coche oficial, sin despachos ni secretarios y con el sueldo de un maestro de escuela, de la misma manera que me acostumbraré a vivir sin trabajar dieciséis horas diarias, a descansar sábados, domingos y festivos y a no atender llamadas telefónicas a horas intempestivas.

Cuando vuelvo de la escuela pienso que no he debido pagar con sumisión el pan que cada día encuentro en la mesa de mi casa. Reconozco que algo de maldad hay en ese pensamiento, puesto que me produce balsámica satisfacción imaginar la cara de azufre que se le debe poner a quien vive preso del sueño napoleónico cuando la soberbia le deja ver que todavía no tiene el poder suficiente para comprar lo que más le gustaría: la independencia de criterio de quien la tiene.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.