domingo, 29 de agosto de 2010

Hacerse entender

No hace una semana aún que saludé a un conocido, al que hacía tiempo no veía, en el lugar al que la ocupación deportiva de nuestros respectivos hijos le lleva a él casi a diario y a mí cuando puedo, que suele ser casi nunca, a no ser que, como en la ocasión que cuento, la práctica futbolística coincida con algunos de los días que las tareas habituales me dejan libres.

Mientras esperábamos el inicio del partido, charlamos sobre diferentes asuntos, entre los que no podían faltar la crisis y el asfixiante calor que, como cada verano, nos parece supera el de cualquier temporada estival anterior. Como también es frecuente, al menos entre personas siquiera mínimamente sensibilizadas con las circunstancias de su entorno, terminamos hablando de política.

Poco antes de la conversación que refiero apareció en prensa que una de las formaciones políticas con implantación en toda la provincia había elegido la persona que en las próximas elecciones locales optará a ganar la alcaldía de la localidad de residencia de mi interlocutor. Le pregunté por la consideración que la persona elegida merece a sus conciudadanos y por las posibilidades que tiene de obtener buenos resultados en los comicios del próximo mes de mayo, interesando de él tanto la opinión personal como aquellas otras recogidas sobre el asunto en el círculo de vecinos, amistades y familiares.

Me dio una respuesta que más que opinión entendí como todo un tratado sobre una de las capacidades que nunca ha de faltar a quienes pretendan obtener la confianza de los ciudadanos para convertirse en su representante: “Habla muy bien, pero nadie entiende lo que dice”. Nadie de entre quienes por afinidad con la formación política con la que concurre pudiera tener la intención de votar la candidatura que encabezará, aclaró el improvisado politólogo.

Para cualquier profesión es un difícil escollo la incapacidad de hacer el propio mensaje entendible para los destinatarios del mismo. En política, es una rémora insalvable. Si no se acompasa el discurso al auditorio, el oyente acaba por “taparse los oídos”, al considerar estridente un sonido imposible de descifrar.

Una buena manera de empezar a recuperar el crédito de la política, tan devaluada en el momento presente, es volcar nuestros esfuerzos en la dirección de hacernos entender por aquellos a los que hemos de informar, primero, y sumar a nuestra causa, después. Hay una receta que casi siempre da buenos resultados: hablar siempre de lo que se sabe y no caer nunca en la tentación de pretender convencer a quienes escuchan de aquello en lo que nosotros no creemos. Ayuda, igualmente, la elección adecuada del asunto a tratar en cada momento y circunstancia, huyendo de los discursos inamovibles. Y, si se tiene tiempo y ocasión, escuchar alguna intervención de Felipe González, como ejercicio teórico-práctico. Es la mejor escuela de formación para oradores. Para muchas más cosas también, pero ahora hablo de hacerse entender.

jueves, 26 de agosto de 2010

No tan a la ligera

Estoy convencido, como no puede ser de otra manera queriendo ser digno de la sociedad democrática en la que vivo, de que todos los individuos que la conforman están legitimados para exponer sus opiniones sobre las más diversas cuestiones en cualquier tiempo y lugar, aunque de manera voluntaria debieran imponerse los límites del buen criterio y del respeto a los demás. Aunque es frecuente que quienes no se atienen ni al uno ni al otro aprovechen las circunstancias más inoportunas para hacer oír sus voces destempladas, ofreciendo particulares puntos de vista incluso con relación a las más espinosas situaciones.

La imprudencia ha distorsionado siempre la convivencia, pero en lo que tenía que ver con las opiniones individuales el daño apenas rebasaba el círculo íntimo de quienes se pronunciaban sobre algún asunto sin meditar lo suficiente. Sólo los personajes con un cierto grado de influencia en la sociedad, los escritores y los periodistas tenían posibilidades de trascender con sus puntos de vista los ámbitos locales. Pero ahora ha cambiado sustancialmente la situación. Las tecnologías de la información y el conocimiento, tan útiles e imprescindibles ya para casi todo, facilitan que cualquiera pueda poner sus análisis al alcance del mundo. Esta nueva posibilidad de comunicación es enriquecedora cuando los mensajes que transitan por la red responden, al menos, a ese buen criterio y respeto a los demás a los que antes me refería.

Pero nadie me discutirá que el intercambio de opiniones poco o nada razonadas es una potencial herramienta de distorsión de los asuntos tratados y propicia debates ficticios por causa de la tergiversación a la que conducen las formulaciones precipitadas que, casi siempre, son fruto más de la vehemencia que de la capacidad de discernir de sus autores.

Hago estas consideraciones a colación del debate abierto sobre si el gobierno de España ha actuado bien o mal con relación a la liberación de los dos cooperantes catalanes secuestrados durante meses por la rama magrebí de Al-Qaeda. Cualquiera con buen criterio pensaría que se trata de un asunto peliagudo, de ramificaciones complejas, sobre el que resulta arriesgado opinar a la ligera. Cualquiera con un mínimo sentido del respeto lo tendría a los dos liberados y a sus familiares y aplazaría sus comentarios, si es que realmente siente necesidad de darles salida, hasta en tanto se determine en las instancias pertinentes lo acertado o no de la acción gubernamental.

Pero, qué va. Cientos, miles, de espontáneos analistas ocupan la red con hirientes comentarios en los que, en muchos casos, no es difícil observar una clara intención de deteriorar al gobierno, por encima del afán de encontrar respuesta esclarecedora del asunto que les ocupa. Más preocupante, todavía, es observar como algunas formaciones políticas se pronuncian con una censurable falta de coherencia si el posicionamiento de ahora se enfrenta al que mantuvieron en el pasado en circunstancias parecidas. Unos y otras me llevan a pensar que, independientemente de cuál hubiese sido la actitud del gobierno, la suya hubiese sido de censura.

Pues vaya la mía para quienes ni tan siquiera han aguardado a que los dos cooperantes hayan terminado de abrazar a sus íntimos. Y, de manera especial, para aquellos a los que he escuchado o leído el peregrino argumento de que los ahora liberados son los principales culpables de su propio sufrimiento por haberse metido donde se metieron en sus afanes solidarios.

El silencio es bastante más democrático que la palabra inconsciente.

martes, 24 de agosto de 2010

Almola

Todo el año, y de manera especial en los meses veraniegos, he de aguantar las críticas de adversarios políticos, y de quienes sin serlo se comportan como tales, que entienden desmedida e injustificada mi presencia en las fiestas y ferias a las que soy invitado por los responsables de los gobiernos de un gran número de municipios de la provincia. Por regla general, la mayor parte de las críticas se adornan con la acusación de que mi asistencia a tales celebraciones responde de manera exclusiva al deseo de disfrutar de las excelencias de la comida y bebida de nuestra provincia.

A veces, resulta algo cansado soportar impasible tan estúpidas arbitrariedades, pero el desánimo momentáneo lo supero pensando que mis adversarios políticos, y los que sin serlo se comportan como si lo fueran, critican porque no conocen el número de malagueños a los que he dado la mano en las fiestas de sus pueblos, a los que he mirado a la cara en las fiestas de sus pueblos, a los que he saludado cuando, con motivo de las fiestas de sus pueblos, han vuelto por unos días a la tierra que de manera obligada dejaron hace años, a los que he escuchado en sus quejas y necesidades, a los que he sonreído porque ellos estaban alegres… O tal vez sí lo conocen y por eso lo critican, pero estoy seguro que nunca sabrán que la vida también pasa por los pueblos de nuestra geografía y por su gente.

Si limitase mis desplazamientos a los pueblos de nuestra provincia, quizás me habría perdido la cena que el pasado día 12 compartí con un grupo de unas cien mujeres en Cartajima. Este pueblo, en plena Serranía de Ronda, apenas tiene trescientos habitantes y una Asociación de Mujeres con setenta y dos socias, como con legítimo orgullo asegura Emily, británica afincada en la localidad. Toma su nombre, Almola, de la cancha que se levanta como vigía del pueblo y de parte de la Serranía. Al entusiasta grupo de mujeres lo preside una esforzada y comprometida Silvia, que para cuantos actos organiza cuenta con la decidida colaboración del equipo de gobierno presidido por Paco, uno de los jóvenes e ilusionados alcaldes de la última hornada.

La cena tiene como argumento central rendir homenaje a las mujeres que en su día emigraron del pueblo y que, como la brisa fresca de la noche serrana, vuelven cada año para la feria. Pero es sólo una más de las muchas actividades que la Asociación realiza a lo largo del año. Por la edad de un buen número de socias, Almola tiene que trabajar en la doble dirección de avanzar en la igualdad y de conseguir que las mujeres se sientan útiles.

Y lo consigue. Desde luego que lo consigue. Porque el afán participativo, la alegría en la diversión, la voluntad cooperativa que muestran estas serranas cartajimeñas evidencian que, afortunadamente, cada vez son menos las zonas oscuras para la mujer en razón del territorio en el que vive.

lunes, 23 de agosto de 2010

Me arranco por soleá...

... cante que muchos artistas emplean para templarse, porque después de varias semanas apartado de la escritura con destino a este blog no estoy entrenado para largas parrafadas ni para concienzudas consideraciones. Así que, dejándome guiar por la sabiduría incustionable de quienes valoran el flamenco como algo liviano y propenso más a la expresión instintiva que a la inteligente formulación, ahí va mi soleá, que no son más que cuatro versos y treinta y dos sílabas. Fácil, por tanto, de escribir y exenta de trasfondo:

Qué tranquilo vive un hombre
si al mundo le habla de cara
y aunque a la espalda le tiren
de la verdad no se aparta.

Y no vayáis a pensar segundas interpretaciones ni a preguntarme por oculta intencionalidad: sucede que quien al mundo le habla de cara, vive tranquilo. A lo mejor quien tira por la espalda no vive tan tranquilo. Pero eso es asunto para otra soleá. Mientras tanto, cada cual cante la de hoy por el estilo al que mejor se acomode. O que le ponga otra música, si lastima menos sus oídos.