lunes, 19 de septiembre de 2011

VI - Cuando vuelvo de la escuela...

… vengo pensando que ayer, cuando tras días de exposición al sol las uvas moscateles estrenan su nueva condición, el pueblo en el que nací celebró el Día de la Pasa, con el que pretende favorecer la comercialización de un fruto exquisito que, aunque cada vez menos por causa de la menguante demanda, todavía ocupa en su producción a un importante porcentaje de la población activa de El Borge. A la falta de interés del mercado se añade cada año una dificultad sobrevenida, porque sin el sobresalto correspondiente no sería el del quien aspira a vivir de la tierra el sino de la tribulación. El protagonista de este año es el mildiu, que ha arrasado con parte muy importante de la cosecha. Del de las dificultades a las que un año sí y el otro también han debido de enfrentarse los viñeros he pasado al recuerdo de algunas otras incidencias en torno a la vendimia que guardan relación con el asunto del que hoy he hablado con mis alumnos.

Es el caso que en el corrillo con el que empezamos la jornada de trabajo, aconsejaba al grupo sobre la conveniencia de que ningún miembro del mismo se valga de los demás con la intención de buscar beneficio en el trabajo ajeno. Les explicaba que la actitud parasitaria perjudica a quien la protagoniza porque con ella está incurriendo en un comportamiento que le dificulta el crecimiento personal, es injusta con quienes de manera involuntaria comparten con el aprovechado la consideración que su trabajo merece y afecta negativamente al grupo porque deja de nutrirse con la aportación de una de las individualidades que lo conforman.

Hablando de parásitos y aprovechados me vienen a la memoria los tiempos en los que, cuando a principios de agosto el fruto de la vid maduraba, mi pueblo se llenaba de parientes más o menos cercanos, compañeros de servicio militar, amigos circunstancialmente incondicionales y rapaces de todo tipo que, atacados de pérdida de memoria conforme a sus intereses, nunca recordaban que entre unas uvas maduras y las siguientes, la viña se poda, cava, bina y despunta, entre otros necesarios cuidados. Pues a pesar del enfado de los humildes propietarios al ver como llegaban huéspedes tan impertinentes a por el fruto de su esfuerzo, cortaban los mejores racimos para que fuesen testigos en las ajenas mesas de su condición de buenos labradores porque, aunque ahora nos pueda parecer masoquista, esa actitud era la prueba del orgullo legítimo y noble de quienes pocas ocasiones más tenían para mostrarlo.

Cuando vuelvo de la escuela caigo en la cuenta de que circunstancias como las que acabo de relatar, que pensaba propias de una época felizmente superada, siguen vigentes en otros ámbitos y en apariencias diferentes, pero siempre indicadoras de la disposición de algunos a transitar por caminos que otros han venido abriendo. Todavía hay quien tiene la voluntad de comer el fruto sin tan siquiera molestarse en vendimiarlo, sirviéndose de la complicidad envilecida de quienes son incapaces de guardar decentemente la viña. Sólo cabría esperar que quien a por ellas viene tuviera claro que, “fuera parte” las del regalo, las uvas son para que se las coman los de aquí.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.