lunes, 1 de noviembre de 2010

Papafritas

No existe en el Diccionario de la Real Academia Española el término “papafrita” referido a una persona pero, en razón de las aptitudes y comportamientos de aquellas a las que se les aplica por el ingenio popular malagueño, podríamos definirlo como “majara con estudios”.

Estudios, cara de repelente y afectación a raudales tiene Juan Manuel de Prada, que alcanzó el honor de ser el primer intelectual en burlarse de las lágrimas que, en el acto de su relevo, derramó el que hasta hace unas semanas era Ministro de Asuntos Exteriores. Como parece ser que la imaginación y la capacidad de fabular se le agotaron hace años, echó mano de la leyenda de Boabdil y de su madre después de que el primero entregara Granada a las tropas cristianas. A pesar de ese desprecio a la expresión emocionada de Moratinos, no es precisamente la de recio varón la imagen que desprende el que pasa por ser uno de los más apreciados columnistas de la derecha más reaccionaria.

Estudios, cara de chulo y prepotencia desbordada tiene Pérez Reverte, a quien por ser miembro de la Real Academia Española se podría encargar la defensa de la inclusión del término con el que titulo esta entrada en la próxima revisión del Diccionario, aprovechando la cada vez más frecuente similitud de su comportamiento con el que se le supone al “papafrita”. Éste no tiró de fábula histórica, seguramente porque las que aún no ha utilizado las guarda para futuros guiones cinematográficos, y con la educada expresión que es de esperar en todo un señor académico definió a Moratinos como “un mierda”. ¡Qué firmeza impoluta! ¡Qué temperamental aplomo! ¡Qué gallardía sublime! ¡Qué sosiego procura la contemporaneidad con tan irreductible baluarte de la raza hispana!

Menos mal que el descrédito que sufrió el académico ante los blandengues insensibles a tan fervorosa muestra de entereza quedó minimizado por los efectos de la “doctrina González Sinde” que, aunque estoy seguro que el alto nivel de conocimiento de su autora hace innecesaria la aclaración, como tal ha quedado registrada la argumentación de la Ministra de Cultura (que también tiene estudios) en el sentido de que los intelectuales están legitimados para opinar sin limitación de tipo alguno de aquello que consideren oportuno. Desconozco si la deposición ministerial tiene efectos retroactivos y se puede acoger a sus beneficios quien comparó la emoción de Moratinos con la que al rey moro causó la pérdida de Granada. Como desconozco si la Ministra considera que el resto de los mortales, aunque no seamos intelectuales, podemos opinar con libertad y respeto, eso sí, de aquello que bien nos parezca.

Quien, seguro, no se beneficiará de la patente de corso que la Ministra concede a los intelectuales es el Delegado de Cultura del Ayuntamiento de Málaga, por carecer de méritos siquiera mínimos para ser considerado como tal. En razón de la intervención que el pasado jueves protagonizó en la sesión plenaria en la que se debatía sobre el rechazo del proyecto presentado para la nominación de Málaga como capital cultural de Europa en 2016, tampoco parece que los estudios le hayan servido para mucho, pero paso por alto tal extremo con el fin de no rebajarle la condición que su aptitud y comportamiento merecen. Resultó el mentado Delegado un aventajado epígono del columnista amante de los cuentos de la Alhambra y no quiso desperdiciar la ocasión de insultar a Miguel Ángel Moratinos, sin darse cuenta de que actuaba como portavoz de aquellos a los que nadie exige lágrimas, pero sí al menos una responsable autocrítica por el fracaso de lo que no supieron defender con la entrega y convicción que la ocasión exigía y los malagueños merecíamos.