martes, 20 de septiembre de 2011

VII - Cuando vuelvo de la escuela...

… lo hago abstraído en la reflexión sobre la manera de alcanzar la inclusión de todos los miembros del grupo, de conseguir que cada uno de ellos se sienta cómodo en él sin que la ubicación de unos suponga la deslocalización de otros. Es tarea complicada, sin duda, que requiere establecer unas reglas de comportamiento que tendrán mayor validez cuanto más intenso y sincero sea el diálogo del que han surgido. El mejor punto de partida será el que marquemos en el intento de consolidar el sentimiento de pertenencia, la conexión voluntaria y decidida entre el individuo y el grupo en un proceso de alimentación recíproca.

De la misma manera que algún componente del colectivo puede interpretar el trato igualitario como desprecio a sus méritos, otros pueden juzgar como discriminatoria la actitud que tiende a resaltar los de quienes de manifiesto los ponen en todas las circunstancias. Gran dificultad presenta el empeño de alcanzar el equilibrio que posibilita acercar a cada individuo al lugar que le corresponde sin suscitar recelos en los demás, pero cualquiera con una mínima experiencia en las relaciones grupales ha de saber que trabajar para ello es imprescindible porque puede tener consecuencias desastrosas para el grupo tanto el exceso como el defecto a la hora de valorar y sancionar actitudes y comportamientos.

La mayor parte de los conflictos que afectan a un colectivo tiene su origen en la desmesura que lleva a los responsables de su gobierno a basar las relaciones internas en la adhesión interesada carente del mínimo sentido crítico, que es aquélla a la que se acogen en primer lugar quienes tienen la habilidad para advertir que el esfuerzo es un valor en recesión para quien tiene entre sus objetivos sustituir al grupo, sólido y democrático porque quienes lo integran se obligan a la razón, por una red en la que sus nodos no sólo no cuestionan sino que admiten con servilismo la dependencia clientelar.

Cuando vuelvo de la escuela me contento pensando en el privilegio que representa tener la oportunidad de anunciar, a quienes todavía no son conscientes de ello, los peligros que pueden acarrear los compromisos que responden a la exclusiva conveniencia de quienes los alcanzan. Y es que, al tener la responsabilidad de intervenir en el proceso madurativo de personas en formación, no quisiera que las mismas se vieran sorprendidas asistiendo, como en el momento presente puede ocurrir, al imprevisible desenlace de las relaciones establecidas en el corral entre gallinas que muerden y zorras que ponen huevos.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.