miércoles, 21 de septiembre de 2011

VIII - Cuando vuelvo de la escuela...

… vengo valorando las diferentes maneras de abordar el tratamiento de la inevitable, y por tanto de presencia esperada, voluntad de algunos individuos de marginar a otros, fragilizando el deseable afán cooperativo del grupo y reduciendo las posibilidades de alcanzar objetivos comunes. Aunque son muchas las actuaciones que exigen tal consideración en el proceso educativo, la que pretenda evitar la fragmentación del grupo ha de tener la de prioritaria.

Quienes más necesitados están de comprensión, afecto y apoyo suelen ser, precisamente, quienes soportan la actitud despectiva de los demás y sufren el riesgo de exclusión. No tener habilidad en el regate al contrario en el partidillo del patio de recreo o hacer el dictado con ortografía correcta y limpia caligrafía son motivos injustificados pero suficientes para que algunos individuos sufran la crítica áspera y el intento de marginación provenientes de quienes deberían, en un grupo cohesionado, poner sus capacidades a contribución del desarrollo de las del otro o tomar como ejemplo, para intentar alcanzar su nivel, las de quienes con brillantez las ponen de manifiesto.

No siempre en el término medio está la virtud. Si un grupo prescinde en su actividad de quienes no alcanzan el que pudiéramos considerar grado aceptable en el desarrollo de sus potencias o de quienes presentan un proceso madurativo excepcional, no tiene garantizada la normalidad por la que el resto de miembros le pueda aportar, sino que corre el peligro cierto de que, liberado de la presión por arriba y por abajo, el núcleo central, ajeno a la realidad periférica, sin más motivación que la atención a los propios intereses, acabe instalado en la mediocridad e impregnando de la misma la actuación del grupo.

Cuando vuelvo de la escuela lo hago pensando que, desde el mismo momento en el que se concreta la posibilidad antes apuntada, el grupo mantiene la condición de tal sólo en apariencia y la previsible evolución será siempre a peor, tanto en las relaciones internas como en las que le pone en contacto con el entorno, puesto que el debilitamiento reduce a la expresión mínima la capacidad de competir. Y es que los mediocres procurarán integrar, para servirse de ellos y no para igualarles en oportunidades, a quienes primero marginaron, pero pondrán frontera de acero y para siempre entre ellos y quienes les producen el recelo temeroso que los acomplejados sienten ante aquéllos a los que quieren parecerse.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.