viernes, 16 de septiembre de 2011

V - Cuando vuelvo de la escuela...

… vengo dando vueltas a la idea de que, si me quejo de la escasa consideración social de los maestros, no faltará quien me acuse de corporativismo, lo cual me trae al fresco en estos momentos. No sólo me importa un pimiento que pueda alguien pensar que me mueve el interés gremial si defiendo la necesidad de que se valore con justicia el papel que en una sociedad democrática corresponde a quienes tienen la mayor responsabilidad en el itinerario formativo de los más jóvenes sino que estoy encantado de actuar tal y como lo hacen periodistas, médicos, fontaneros, albañiles, carniceros y propietarios de farmacia, por ejemplo, con los de su profesión.

Nótese que hablo de la voluntad de defender con los medios a mi alcance, que son pocos pero míos, la consideración social del maestro y no las circunstancias profesionales, que si llega el momento, por puro corporativismo si así quiere alguien llamar a la solidaridad con los compañeros, también lo haré, aunque personalmente me sienta bien retribuido en lo económico y más que satisfecho en lo laboral. Me produce desconfianza una sociedad que se enfrenta a sus maestros, como desgraciadamente empieza a ocurrir en algunos lugares de España, dejando ver el concepto que de la educación tienen quienes, por una parte, preconizan la consideración de autoridad para los educadores y, de otra, pretenden hacerles primeros destinatarios de las consecuencias de los recortes presupuestarios.

Existe de antiguo un recelo desconsiderado hacia los maestros y una muy escasa valoración del trabajo que desarrollan. “Trabajas menos que un maestro de escuela” es una expresión lamentable que desde hace mucho tiempo repiten muchas personas. Pocos de los que piensan conforme a frase tan injusta caen en la cuenta, y si caen se hacen el despistado, en el hecho de que los horarios lectivos están pensados en razón de la capacidad de los alumnos y no en la de los maestros. Y pocos, a no ser los propios profesionales de la educación y sus familias, saben de las horas de trabajo que semanalmente se suman a las lectivas.

Por otra parte, como se trata de no perder ocasión de desprestigiar a los maestros, cuando se trata de juzgar la actitud de alguno de ellos eventualmente dedicado a otras tareas, también se le recrimina el querer mantenerse fuera de la escuela por el rechazo y temor que produce el esfuerzo requerido por la práctica docente. Casualmente, hace unos meses que, comentando la posición crítica que algunos maestros implicados en la actividad política manifestamos, como consecuencia de los resultados de las últimas elecciones locales, un profesional de la información de nuestra provincia nos acusaba de atrincherarnos ante la posibilidad de vernos obligados a soportar el “peso de la tiza”.

No hay mejor momento que cuando vuelvo de la escuela, una vez cumplida la jornada laboral, para apreciar la extraordinaria levedad de la tiza. Siempre la tiene, pero más en estos momentos, cualquier herramienta que sirve para ganarse honradamente la vida. Hay ocupaciones bastante más lesivas para quien con tal de ejercerlas defrauda la confianza en él depositada, revoca la palabra dada, rompe los compromisos adquiridos y, buscando afirmarse en su acomplejada dependencia, soporta el peso de la traición.

Después, he caído en la cuenta de que tengo todo el fin de semana para preparar el trabajo del lunes.