lunes, 26 de septiembre de 2011

XI - Cuando vuelvo de la escuela...

… lo hago reflexionando sobre cuál sería la decisión en la hipotética circunstancia de que me viese forzado a elegir, para encauzar la acción docente, entre los elementos educativos tendentes a fortalecer el crecimiento personal en valores o entre los destinados a determinar el nivel de competencia tan sólo en base al de los conocimientos adquiridos. Afortunadamente, no son éstas las únicas opciones en el amplio campo de la actividad educativa. En cualquier escenario, es dada la oportunidad de matizar cada una de las extremas soluciones antes apuntadas, hasta el punto de hacerlas compatibles, evitando que, en abierta contraposición, actúen en detrimento del individuo y en perjuicio de la sociedad. Pero no siempre esta posibilidad es tenida en cuenta y por encima del resultado previsible se impone, a veces, la orientación ideológica del ambiente en el que se desarrolla el proceso educativo. No obstante, y situado en el contexto que al principio apuntaba, no tengo dudas sobre cuál sería mi elección: la señal indeleble que identifica a la persona son los valores que la hacen comportarse como tal en cualquier lugar, tiempo y circunstancia. Lo demás, por muy exitosos que puedan ser los resultados, es algo que, en casi todos los casos ya y si no para la evolución tecnológica en todos mañana, puede llevar a cabo una computadora.

La responsabilidad de formar personas compromete a evitar el adoctrinamiento. Y la formación de personas en edades tempranas obliga a dosificar en su justa medida los asuntos que se van dando a conocer, sin olvidar que en lo que a valores respecta la formación es un proceso de por vida, por lo que es aconsejable que en ninguna fase de ella la saturación de los mensajes que le llegan impida que el individuo pueda procesarlos con normalidad e incorporarlos al inventario de su personalidad. En los primeros años, la didáctica de los valores ha de ejercitarse con discursos breves, preferiblemente incorporados al argumento de relatos del agrado de los educandos, abundando en el ejemplo ofrecido por personas de referencia para ellos, bien sean reales o de ficción, y con el maestro articulando un diálogo que destierre cualquier atisbo de imposición por parte de los discípulos. No soy ajeno al hecho de que, luego, la realidad se impone y la práctica no siempre resulta conforme a lo deseado, pero disponer de una hoja de ruta bien definida ayuda a no desviarse en exceso del objetivo marcado.

Cuando vuelvo de la escuela es buen momento para sentirme contento de haber vuelto a ejercer la profesión de maestro y de tener la oportunidad de diseñar una acción educativa que conforme la voy desarrollando amplia el espacio vital que, por causa del cinismo que preside la práctica política aquí y ahora, cada día apreciaba más reducido. Me siento afortunado de haber salido a tiempo de un mundo en el que, con tal de desacreditar al adversario, revocan su palabra quienes al valor de ella deberían acogerse para ser dignos representantes de los ciudadanos; en el que se esconden e ignoran unos comportamientos y se magnifican otros, con la torcida intención de disparar sobre el enemigo, sin que la verdad sirva de parapeto al atacado; en el que cada vez es más frecuente encontrarse con individuos que no dan la cara porque la tienen manchada de indecencia y del barro por el que se arrastran. Un mundo en el que por causa de los insolentes y obscenos cada vez es mayor la injusticia que se comete dejando de reconocer a quienes de la práctica política hacen un ejemplo de honesta generosidad.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.