viernes, 23 de septiembre de 2011

X - Cuando vuelvo de la escuela...

… regreso a la realidad en el momento en el que alguien con quien me cruzo saluda cuando más embebido estaba en la reflexión sobre la obligación incuestionable de aplicar criterios igualitarios en todas las acciones y actividades que son dadas en el aula y en la necesidad de establecer normas claras que faciliten la actuación conforme a las exigencias académica y social, porque no es admisible que por causa de dar cumplimiento a una se produzca discriminación en la otra. Es necesario, por tanto, determinar con nitidez el punto de partida, diagnosticar de la manera más aproximada posible las capacidades de los miembros del grupo a fin de dar respuesta adecuada a las necesidades de cada uno. Y desterrar desde el principio, para nunca más admitir, el temor de que el tratamiento individualizado supone hurtar posibilidades a los educandos que responden a lo que pudiéramos llamar sector medio, atendiendo al grado de desarrollo.

Más bien sucede lo contrario. Cierto que se requiere una mayor concentración del educador y probablemente también un más alto nivel de especialización y de constante adaptación, pero la organización correcta de la atención personalizada evita la pérdida innecesaria de tiempo y recursos, porque su programación tiene en cuenta las actitudes y aptitudes del individuo al que se le presta. No hay dudas de que han de ser las mismas las materias que se impartan a todos los alumnos, pero tampoco debe haberlas respecto a que los contenidos no pueden ser idénticos. Por tanto, los temas a tratar y el reparto del tiempo han de ser tenidos en cuenta para garantizar que todos los miembros del grupo tienen las mismas oportunidades de desarrollar sus potencias, obviando el tratamiento específico que quienes tienen necesidades educativas especiales reciben fuera del aula.

Con frecuencia se olvida, unas veces por inexplicable demanda de quienes a ella aspiran y otras por rechazable actitud de quienes pueden contribuir a hacerla posible, que la igualdad no es algo abstracto que se alcanza cuando todos los individuos tienen los mismos bienes, sean del tipo que sean, sino que adquiere cuerpo y presencia cuando todos los ciudadanos tienen los mismos derechos y deberes y las mismas oportunidades, regulados por el derecho. Pero la sociedad no es algo que aparece por generación espontánea, sino que se construye paso a paso, a partir de círculos concéntricos organizados en células de convivencia. Si en la familia, en la escuela, en los grupos que conforman el tejido asociativo no se fomenta la igualdad, las bolsas de discriminación y marginalidad serán imposibles de erradicar, porque la legislación por sí sola no acaba, o lo hace tarde, con los hábitos enquistados en la sociedad.

Cuando vuelvo de la escuela no me consuelo pensando en el avance hacia la igualdad que de manera continuada la sociedad de nuestro tiempo ha impulsado, sino que me preocupo por la lentitud de esos pasos hacia delante y por las lacerantes desigualdades que entorpecen la calidad democrática del presente. Democracia es sinónimo de igualdad y el cuerpo legislativo que regula aquélla debería garantizar ésta. Para que el condicional fuese innecesario, tal vez ayudase que quienes recaban y obtienen de los ciudadanos la potestad de gobernarlos aplicasen en sus relaciones internas la igualdad de oportunidades entre los correligionarios. Por ahora, tenemos oportunidad de apreciar sólo como la igualdad se ha convertido en una pieza retórica más de un discurso cada vez menos creíble.

Después, he caído en la cuenta de que tengo todo el fin de semana para preparar el trabajo del lunes.