martes, 27 de septiembre de 2011

XII - Cuando vuelvo de la escuela...

… doy vueltas a las diferentes alternativas de actuación que barajo a fin de elegir la que mejor resultado pueda ofrecer a la hora de establecer con mis alumnos los valores en los que han de fundamentarse el afecto y el rechazo en la relación entre los miembros del grupo. Hasta en tanto no se demuestre que para la interiorización y conversión de los mensajes en actitudes hay método más efectivo, me inclino por el que se basa en el diálogo sincero, el reconocimiento y elogio prudente de los comportamientos positivos y el diagnóstico y reflexión sobre los que, tanto individual como colectivamente, nada aportan, o lo hacen en sentido negativo.

Nada mejor para validar el método que alcanzar, en primera instancia, el consenso en torno a la desaprobación del aprecio debido al propósito interesado de quienes lo manifiestan. No hay mejor punto de partida para que los educandos identifiquen los comportamientos que asociarlos a las circunstancias y acontecimientos de su cotidianeidad, ni mejor manera de que empiecen a valorarlos que enfrentarles a los resultados que para ellos y para el grupo pueden tener los que de manera individual protagonicen. Ayuda a la comprensión por parte de los alumnos que hagamos extrapolación de sus conductas a la sociedad de los mayores y les hagamos caer en la cuenta del alcance que en ella pudieran tener.

Han de tener claros los miembros del grupo que la relación de afecto con sus condiscípulos no pueden responder a otras motivaciones distintas de la afinidad personal, el trato deferente y la admiración recíproca y que las muestras de simpatía que persiguen la obtención de favores personales, en casi todos los casos contrarios al interés general, no son admisibles y deben encontrar la oposición decidida tanto del común del grupo como de quien es destinatario de una devoción falsa. Las adhesiones inquebrantables y las alabanzas desmedidas son el preámbulo cierto de las deslealtades.

Cuando vuelvo de la escuela me paro a pensar en lo destructivo que puede llegar a ser un modo de vida regulado por unos códigos que cada vez más se están convirtiendo en herméticos para un amplio sector de quienes eligen para representarles a personas con las que, cuando vienen a darse cuenta, no se identifican. Como, desgraciadamente, son muchas las personas que no tuvieron educación en valores y si la tuvieron la olvidaron, aconsejo a quien aún se desenvuelve en la burbuja de la que cuando se ejerce el poder es imposible escapar que impida que le bese la mano quien con zafia intención a él se acerque. Evitará tener que lavar con jabón esa misma mano y aplicarse después alcohol para desprenderse de la baba.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.