viernes, 30 de septiembre de 2011

XV - Cuando vuelvo de la escuela...

…doy vueltas a la necesidad de que los más jóvenes adquieran conciencia de la importancia de la responsabilidad, entendida en el doble sentido de orientar siempre los actos propios a la realización de lo que en cada momento procede y de asumir las consecuencias que de ellos puedan derivarse. De nada vale suministrarles información sobre las diferentes disciplinas y materias e inculcarles el valor de la laboriosidad si en el proceso educativo no introducimos elementos que les faciliten la capacidad de discernimiento necesaria para acordar la acción que cada circunstancia exige, al tiempo que la preparación y el ánimo precisos para que nunca se desentiendan de lo que, en mayor o menor medida, a la voluntad de cada uno responde.

Cualquier incidencia menor de las que a diario ocurren en el aula ocupada por alumnos de los primeros niveles educativos no pasa de ser una anécdota que hasta puede tener su gracia si el protagonista la tiene, pero casi con toda seguridad ocurrirá que mute en episodio desagradable si no reaccionamos a tiempo, conseguimos delimitar la autoría del hecho, analizamos con los actores la inconveniencia del mismo y les convencemos de que la correcta educación y la actitud responsable recomiendan que se apliquen en la reparación de lo estropeado, sea de naturaleza material o tenga que ver con la buena relación entre los miembros del grupo.

No hay lugar en la educación para la laxitud, por lo que también en los asuntos que persiguen evitar que los individuos se desvinculen de las consecuencias de sus comportamientos es necesario extremar la rigurosidad. Conseguir que un educando sea consciente de que no ha de actuar de manera improcedente porque cualquiera de las acciones de esa índole que protagonice puede acarrear que todo el grupo se quede sin recreo, por ejemplo, tal vez logre impedir que incorpore a su conducta elementos estructurales que en la edad adulta le lleven a patrocinar actitudes que ocasionen situaciones engorrosas.

Cuando vuelvo de la escuela es buen momento para repasar muchas de las actuaciones de las que fui responsable desde la planificación hasta la ejecución y, consecuentemente, pararme a pensar las consecuencias que se derivaron de ellas. No tengo resistencia alguna a reconocer que, desde la perspectiva del tiempo, en unos casos volvería a repetir todo lo actuado, en otros cambiaría algunas de las etapas y en otros directamente optaría por solución distinta a la en su día elegida. Alejarse de las cosas en el tiempo y el espacio concede amplitud de miras y favorece el análisis incondicionado. Tal vez deberían probar la experiencia quienes ni aunque la tierra se abra a sus pies se inmutan, miran siempre para el lugar opuesto al de sus obligaciones, taponan sus oídos a cualquier sonido que no sea el del halago, no se dan por aludidos ante quienes les exigen coherencia y se aplican en responsabilizar a los demás de las consecuencias de sus actos. Seguro que quienes así se conducen dejaron en más de una ocasión sin recreo a sus compañeros de la escuela.

Después, he caído en la cuenta de que tengo todo el fin de semana para preparar el trabajo del lunes.