lunes, 3 de octubre de 2011

XVI - Cuando vuelvo de la escuela...

… imagino cómo sería un mundo en el que cada cual aspirase a mejorar las circunstancias de su vida porque le llevase a ello el afán de superación, de crecer como persona, y no por imitación a modelos estereotipados o por la irrefrenable necesidad de asemejarse a quienes le rodean. Tan malo para el individuo es el conformismo inmovilista como la desmesurada ambición. La vida ha de convertirse en un esfuerzo constante por ubicarse en un término medio en el que no se ponga freno a nuestras posibilidades y desde el que se tenga siempre el sentido exigido para marcar límites a excesos y precipitaciones.

Si de las dos posibles maneras de actuar al principio enunciadas opta el individuo por la segunda, estará andando el camino que de seguro ha de llevarle al más español de los pecados, según opinión de nuestros paisanos cuando del comportamiento de los demás hablan, porque en lo que a mi juicio respecta he de reconocer que un nulo cosmopolitismo me impide comparar la intensidad de la envidia española con la de quienes viven en otros lugares, e incluso si en esos otros lugares el pecado alcanza entre la población porcentajes semejantes a los de aquí. Pero como son ya cincuenta y siete los años que llevo en este mundo pisando tierra española, me consta nuestra inclinación a desear lo de los demás, sin pararnos a pensar si para algo lo queremos.

Ya hay marcadas tantas prioridades en el proceso educativo que resulta casi imposible servirlas a todas, tanto más cuando se habla de la formación en valores, porque la información con relación a los conocimientos cada vez es más extensa y el horario lectivo sigue siendo el mismo. No obstante, sería conveniente un esfuerzo añadido para abordar en el aula el asunto con la profundidad y decisión que permitiese erradicar, o al menos minorar el número de individuos afectados, un mal que desde hace tanto tiempo viene preocupando a los ciudadanos, porque en su manifestación enfermiza causa daños irreparables en quienes lo padecen y acaba por corroer los cimientos de la convivencia. Probablemente no por causa exclusiva de la envidia, pero seguro que ésta algo tiene que ver en el hecho de que la estructura social de aquí y ahora presente alarmantes síntomas de aluminosis.

Cuando vuelvo de la escuela me lamento de no haber disfrutado de niño de una educación que me hubiese llevado a no desear ciegamente lo que en los demás observo y a conformarme pensando que hay quienes vienen a este mundo con dones y aptitudes a los que nunca podré aspirar. Me pasa, por ejemplo, con el hecho de que lo que escribo en este blog no aparezca en la página web de la formación política a la que pertenezco junto a lo que otros de mis compañeros escriben. He llegado a pensar, con insidia, que estaba siendo objeto de una suerte de censura. ¡Lo atrabiliario que se puede llegar a ser cuando no se tiene la formación suficiente! Menos mal que me he convencido a tiempo de que si estos relatos no aparecen en tan selecto escaparate es porque no tienen la mínima calidad exigida. Tendré que repasar y actualizar las nociones de sintaxis, amén de otros contenidos gramaticales, en vez de dejarme llevar por la envidia.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.