miércoles, 5 de octubre de 2011

XVII - Cuando vuelvo de la escuela...

… me preocupan las dificultades con las que tropezará quien pretenda restablecer el valor del esfuerzo y su consideración como impulsor de la voluntad de superación del individuo y de la cohesión social, por tanto. Desde hace tiempo se ha instalado entre nosotros la convicción de que los logros que antes se fundamentaban en el trabajo y la entrega son posibles en estos momentos tan sólo con el beneficio de la oportunidad; es decir, la diplomática capacidad de estar en el momento preciso en el lugar adecuado. De entre los elementos que han llevado las cosas a esta situación, no es menor la responsabilidad de la educación, que en los últimos tiempos ha bajado de manera alarmante el nivel de la exigencia, tanto en la fase de información como en lo que tiene que ver con los hábitos.

Pienso que en las aulas no se supo gobernar, en su momento, el cambio que en todos los órdenes trajo consigo el proceso de transición política a la democracia y el deseo de pronta adaptación a un sistema de libertades dio lugar a la valoración equivocada de algunos de los elementos prácticos que habían conformado el sistema educativo hasta entonces. No voy a entrar en el análisis exhaustivo de todos ellos, porque no es éste el lugar ni mi preparación la requerida para ello, pero nadie podrá acusarme de memoria débil porque ésta lleve a recordar cómo en la escuela de aquellos años se rebajó de manera notable el listón en lo que tiene que ver con el esfuerzo individual, porque se pensaba que la demanda de éste dejaba ver inadmisibles intenciones totalitarias que de manera irremediable lastrarían el proceso madurativo del educando.

No conozco a nadie que en su sano juicio defienda la vigencia del dicho de que “la letra con sangre entra”, pero sí a muchos convencidos de que con la lectura, los deberes diarios, la memorización de algunos conocimientos fundamentales, el esmero en la caligrafía y en la ortografía, el cálculo… los más jóvenes adquieren unos conocimientos y se forman en unas conductas que les procuran la disciplina necesaria para encarar la vida de manera estructurada. Y, por supuesto, para apreciar mejor la necesidad de utilizar ordenadamente las nuevas tecnologías. Así pues, la diferencia entre el sistema educativo preconstitucional y el actual no deberíamos, en algunos casos, buscarla tanto en los objetivos a alcanzar como en la manera de llegar a ellos. El método de “palo y tente tieso” es absolutamente rechazable porque en una educación democrática ha de prevalecer el diálogo y el consenso sobre cualquier otra estimación.

Cuando vuelvo de la escuela no tengo duda alguna de que he valorado y disfrutado algunos de los logros alcanzados en razón del esfuerzo que me costó llegar a ellos. Es algo a lo que nadie debería ser ajeno. Como en tantos otros asuntos, no es el esfuerzo uno de los valores de los que la práctica política del presente haga encendida defensa y el campo que debería ser espejo de los buenos hábitos se convierte en el azogue. Mermada está en su calidad la democracia, y la credibilidad que a los ciudadanos merece, por causa del frecuente acceso al gobierno de las formaciones políticas, como paso intermedio para copar el de las instituciones públicas, de holgazanes que cuando deberían haber estado esforzándose para responder a la inversión de la sociedad en su formación se dedicaron a medrar y a intentar convertir en salida profesional lo que ha de ser entendido como compromiso con las ideas. No doy de lado a la culpa que pudiera tener en el hecho de que la anterior sea una circunstancia presente en la tierra desde la que escribo. Por eso he querido tener la voz incondicionada para, al tiempo que asumo responsabilidades, no cargar con las de los demás.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.