miércoles, 14 de septiembre de 2011

III - Cuando vuelvo de la escuela...

…, y teniendo en cuenta que quienes trabajamos en cualquiera de sus aulas debemos conformar un grupo que ha de mostrarse como tal para facilitar que la aportación de cada uno de sus miembros a la sociedad sea fruto de una planificación ordenada y no de la improvisación y el voluntarismo de cada cual, voy dando vueltas a la estrategia adecuada para definir los objetivos de manera que todos los individuos se impliquen en el de avanzar en la construcción de un mundo cómodo para quienes en él viven, que ninguno de ellos se sienta víctima de la exclusión, que todos remen en la misma dirección, que cada uno se sienta bien ubicado y respete el lugar de los demás.

Y es que una escuela reproduce de manera mimética el orden social del tiempo presente. Quienes trabajan en un aula no pueden aislarse de quienes lo hacen en las otras, ni advertir que se ponen trabas a su inclusión en el grupo, ni sentirse desorientados ante la falta de indicaciones precisas, ni soportar responsabilidades para las que no están preparados, ni aguantar que otros ocupen el lugar que legítimamente les corresponde. Si el desorden prima en un aula y en la relación de ésta con las demás, la repercusión negativa en el conjunto de ellas es consecuencia lógica que no tardará en evidenciarse. Me tranquiliza comprobar que, entre la enrevesada burocracia impuesta por la autoridad académica, se abren paso las recomendaciones que tienen que ver con la deseable coordinación entre todos los niveles y grupos del centro escolar y que en el mío defienden su necesidad quienes tienen la posibilidad de diseñar y aplicar las medidas para conseguirla.

El objetivo prioritario de la escuela, sin plazo asfixiante pero también sin relajación excesiva, debería ser el de convertirse en espejo donde la sociedad se mire. Pero pienso que, por desgracia, para estar en condiciones de acometer tan loable aspiración con razonables expectativas de éxito, debería primero blindarse ante la amenaza de que las cosas sean justamente al contrario y sea la de la escuela la imagen caricaturizada de la sociedad . Pero eso sólo será posible a partir de un pacto más allá de las formulaciones teóricas, que implique y comprometa a quienes estén convencidos de que un mundo distinto es posible y que sólo se alcanzará a través del poder transformador de la educación.

Cuando vuelvo de la escuela lo hago recordando que durante muchos años acepté un código de comportamiento que con frecuencia olvida el que debiera ser orden lógico en el gobierno del grupo y que el déficit así acumulado no tarda en ser advertido por quienes han de validar la capacidad del mismo para jugar el papel de vanguardia de la sociedad. Por eso sé que tarde o temprano llegará el momento en el que, quien de ellos los recauda, se dé cuenta de la futilidad de los apoyos de los dóciles, de los incondicionales, de los trepadores, de los devotos… Tal vez entonces sepa comprender que no es la mejor manera de gobernar el grupo la utilización como escudo de la mediocre mansedumbre de aduladores y zampabollos.

Después, me he puesto a preparar el trabajo de mañana.