sábado, 1 de enero de 2011

Buenas intenciones

Como consecuencia de un proceso tranquilo y lógico advierto que, a medida que voy cumpliendo años, se acorta la nómina de las buenas intenciones coincidentes con el inicio de cada año, sin que tenga que ver con la relajación que el acomodo acaba imponiendo a la voluntad, sino más bien con el ejercicio de la misma en anteriores ocasiones o con la falta de motivación a la hora de acometer cambios en la manera de vivir a la que cada vez está uno más acostumbrado.

De entre las buenas intenciones más repetidas cada vez que termina un año y otro comienza, entresaco dos que, a fuerza de proponérmelo, di ya por cumplidas: hace más de una década que practico una hora de deporte cada uno de los días del año y hace catorce meses y veintisiete días que dejé de fumar. Así que, en estas fechas en las que tantos intentan alcanzar idéntico objetivo al que en su día me propuse, reafirmo el compromiso de que ambas decisiones sean definitivas. Si alguien que lea esto coincide en sus pretensiones de año nuevo con una o con las dos de las que en su día fueron mías, le aliento a que no espere un solo momento para adoptar la determinación de convertir en realidad la intención. Que empiece por la actividad deportiva diaria que del tabaco ya le alejarán por ley.

Aun reconociendo que no en muchas ocasiones, a veces las buenas intenciones cuajan y acaban originando un punto de inflexión en nuestras vidas, con resultados casi siempre beneficiosos puesto que nadie se propone introducir voluntariamente en su comportamiento cambios que le puedan suponer perjuicio. Aunque no siempre, el propósito es la antesala de la decisión y, por tanto, no es despreciable que durante unos días al año la preocupación más extendida sea la que tiene que ver con el viejo adagio de “año nuevo, vida nueva”. No obstante, para evitar desencantos y frustraciones, deberíamos encarar nuestras aspiraciones con el convencimiento de que no tenemos que jugarnos la vida cada uno de enero a partir de las cero horas.

También en estas fechas es caso excepcional quien no manifiesta una larga lista de deseos que tiene que ver con las buenas intenciones para con los demás. No escapo a esa costumbre y durante días he ido trasladando a buena parte de mis amigos y conocidos un amplio y diverso muestrario de mensajes en los que he pretendido que la palabra les acerque a la sinceridad de los buenos propósitos que con relación a ellos mi afecto suscita.

Como entiendo bien cubierto el cupo de mis buenos deseos para con los demás, aprovecho esta primera entrada de 2011 para pedir uno, sólo uno, para mí. No me va la vida en ello, ni cambiará el rumbo planetario caso de que suceda lo pretendido, pero si quien puede hacerlo accediera a lo por mí deseado, tal vez estaríamos en el punto de salida para empezar a forjar una sociedad en la que las personas puedan mirarse de frente. Con relación a lo que signifique un cambio en mi vida, me daría por satisfecho si en el año que acaba de nacer alguno de los conocidos que hasta ahora no lo hace fuese capaz de convertirse en protagonista de una buena acción, sólo una, aunque para ello tuviese que pronunciar una mala palabra, invirtiendo el orden tan del gusto de quienes hasta que no son descubiertos pasan por “políticamente correctos” pero que nunca alcanzan la exactitud en su vertiente humana.