miércoles, 20 de octubre de 2010

Redes

No tengo nada contra las que, aunque el nombre original haya perdido actualidad a favor de nuevas denominaciones, fueron en un principio llamadas nuevas tecnologías. Más aún, entiendo y estoy convencido de que para el desarrollo ordenado de la sociedad actual son ineludibles e imprescindibles. Tal vez por eso me resulta difícil comprender que hagan mal uso de ellas aquellos a los que suponemos la formación suficiente para que su comportamiento no entre en colisión con el uso racional de lo que, al fin y a la postre, no es más que una herramienta, manipulable por tanto, que amenaza con convertirse en el quinto poder, ocupando por invasión parte del cuarto y condicionando la configuración de los tres primeros desde un espacio que escapa a los controles democráticos.

No estoy en las redes sociales. Puede que la tendencia arrolladora acabe envolviéndome y termine por incorporarme a las mismas ante el temor de ser catalogado de antediluviano. En estas cosas conviene resistir lo necesario, pero no hasta el punto de quedarse aislado en la defensa de posiciones refractarias. A pesar de que no participo de las mismas, como decía, amigos que sí están en esas redes me informan de lo que por ellas circula, lo que me atrinchera más en la intención de permanecer, por ahora, al margen de una situación que, me parece, no aporta gran cosa a la sociedad de la información y el conocimiento.

La misma que se fortalecería si un diputado que tiene la posibilidad, y la aprovecha, hace llegar a sus electores y a los ciudadanos en general las iniciativas parlamentarias de las que es protagonista él mismo o la formación a la que pertenece, los trabajos a favor de aquellos a los que representa, las iniciativas que ronda por su mente. O si un concejal pone a disposición de quien quiera acceder a ella información de los esfuerzos que, desde el gobierno o la oposición, realiza a favor de la mejora de la calidad de vida de sus vecinos, las propuestas en las que trabaja, los proyectos que prepara. O si un profesional comparte con todos, de manera especial con quienes puedan tener su mismo campo de intereses, las inquietudes, la experiencia, las aspiraciones. O si un empleado reclama solidaridad ante la difícil situación por la que atraviesa la empresa para la que trabaja. O si un estudiante se sirve de la facilidad en el contacto para solicitar aclaración ante cualquier duda que le surja en su ocupación. O si una mujer o un hombre utilizan el medio para trasladar proclamas a favor de la igualdad.

Claro que, entonces, nadie se preocuparía por los daños que puede ocasionar una herramienta de uso masivo que se utiliza de manera improcedente. Y es que, por asemejarse a lo tratado en el antiguo patio de vecindad o a la bazofia imperante en la mayoría de las televisiones en horarios cada vez más amplios, nada me interesa la playa en que se bañen, la hora en que tomen café, la manera en que se vistan, el lugar en el que piensan pasar las vacaciones, ni nada que afecte a la intimidad de los diputados, los concejales, los profesionales, los empleados, los estudiantes, los hombres y la mujeres.