Despertar una mañana sin obligarse a las ocupaciones que han venido siendo habituales en los últimos veinticuatro años no es un punto de inflexión para quien protagoniza el lance sino un cambio radical de alcance impredecible si no se contempla desde la normalidad. A ese criterio intento adherirme, porque siempre estuve convencido de que la dedicación a la política en su fase de representación democrática tiene la consideración de empleo eventual. Por ello, a las nueve de la mañana del día siguiente al de mi cese como Presidente de la Diputación de Málaga estaba en la Sala de Profesores del colegio de Ardales dispuesto a incorporarme a las tareas que sí tienen la consistencia de un empleo fijo, porque gané el derecho al mismo en oposiciones celebradas hace ya treinta y tres años.
Vengo, desde hace treinta y siete días, relatando algunas de las actuaciones llevadas a cabo por el gobierno provincial durante los meses de julio y agosto en los ochos años que lo presidí. Son recuerdos de verano, el mismo período en el que estoy advirtiendo gestos, actitudes y comportamientos que me propongo incorporar a la memoria, sin selección alguna, porque todos ellos son de utilidad para ampliar el conocimiento que de ciertas personas tenía. Muchas de ellas han pasado, “en horas veinticuatro”, de un árbol a otro, emulando a los pájaros de la Alameda. Al igual que a quien en la copla observa el trasiego de las aves, “a mí se me importa poco”. Porque ocupa todo mi tiempo el agradecimiento a quienes están donde siempre estuvieron y, sobre todo, a la desprendida intención de quienes, precisamente ahora que nadie les puede acusar de actitud interesada, manifiestan el respeto a una trayectoria personal y política. Por lo demás, cada cual aguante el juicio de su conciencia, que yo sólo me hago responsable de la mía.
En el más íntimo, perenne e inalterable reducto de la memoria quedará el acto de ayer por la noche en Alfarnatejo. El pasado dos de agosto, en sesión extraordinaria, el Pleno de la Corporación Municipal tuvo a bien honrarme con la concesión del título de Hijo Adoptivo de la localidad. Los años que hemos colaborado desde la presidencia de la Diputación y del Ayuntamiento, hicieron que entre mi persona y la del Alcalde de Alfarnatejo, Antonio Benítez Barroso, surgiera una relación de respetuosa amistad que contribuyó a enriquecer las relaciones institucionales, pero nunca a condicionarlas. La distinción la entiendo, además de por las aportaciones que desde el gobierno provincial se hicieron para convertir la localidad de los Pirineos del Sur en un lugar habitable y del que los tejones puedan sentirse orgullosos, como reconocimiento a la particular implicación en el cumplimiento del objetivo de que todos los malagueños tengan igualdad de oportunidades para la salud, la educación, la cultura, el deporte, el ocio… sin que la residencia en zonas de interior y en pueblos pequeños siga siendo un obstáculo insalvable como lo fue hasta no hace mucho.
Ayer, en el transcurso de la XI edición de la Fiesta del Gazpacho, el Alcalde me hizo entrega del título después de que Almudena, la primera Teniente de Alcalde, glosara los méritos concurrentes en mi persona. Gracias a los dos, y a Dolores y a Daniel, por la generosidad con la que me fijan de manera indeleble a este pueblo y a su gente. A la hora de agradecer la distinción procuré no esconder la emoción que me proporcionaba porque he aprendido que no hay nada mejor para resultar inteligible que hablar con sinceridad y convencimiento. Muy gratificante fue contar con la presencia de muchos de los amigos y compañeros que me ayudaron a tener la suerte de servir a la sociedad desde importantes ámbitos de decisión y compartieron esfuerzos, alegrías y desvelos en tan honrosa tarea. El pergamino, que da cuenta de la condición de hijo adoptivo de una tierra desde la que casi se ve la que me vio nacer, cuelga ya de una de las paredes de mi casa. De las de mi corazón colgará por siempre la gratitud a mis nuevos hermanos.