Al igual que pasa con las carreteras de la provincia sucede con la plaza de toros de La Malagueta: los requisitos exigibles a un lugar de pública concurrencia en el siglo XXI son imposibles de cumplir por uno que fue construido en el XIX, así que las obras de adaptación y mejora en el coso se llevan a cabo sin solución de continuidad porque siempre se advierten como necesarias otras distintas a las ya realizadas. Junto a las actuaciones que han cambiado los corrales y el desolladero, obligadas por la construcción de un aparcamiento subterráneo, en los últimos años se cambiaron las tablas de la barrera, se adaptaron a la legalidad las escaleras de acceso a los tendidos, se sustituyó el forjado de la cubierta, se han restaurado elementos arquitectónicos exteriores… Algunas de las reformas dieron como consecuencia la reducción del aforo, pero eran imprescindibles para garantizar la seguridad de los espectadores. Queda por acometer el acondicionamiento de los tendidos, porque una vez que se asiste seguro al espectáculo parece comprensible que se pretenda hacerlo con comodidad, aunque las posibilidades de actuación en tal sentido quedan mermadas al estar la plaza bajo la protección contemplada en la legislación para los Bienes de Interés Cultural.
El siete de agosto de dos mil tres, con los clarines casi a punto de anunciar la salida del primer toro de la feria, visitamos la plaza y comprobamos la utilidad del ascensor recién instalado para facilitar la subida al primer piso y a la andanada. En ésta, por recomendación de Joaquín Fernández, Presidente de la Federación de Asociaciones de Personas con Discapacidad, habilitamos una zona para ubicación de los carritos de quienes precisan del mismo para sus desplazamientos.
El tres de abril de mil novecientos setenta y nueve se celebraron en España las primeras elecciones locales del actual período democrático. Con tal motivo, la Diputación de Málaga organizó, para su desarrollo durante varios meses, más de un centenar de actos destinados a dar a conocer la institución y el trabajo realizado en las tres décadas de gobierno de la provincia. Sería de utilidad que quienes cuestionan el papel de las diputaciones tuvieran conocimiento, siquiera aproximado, de lo que ha significado para el equilibrio territorial y la cohesión social la colaboración, cooperación y asistencia que con los ayuntamientos malagueños, de manera especial con aquellos de menos habitantes y recursos, ha venido manteniendo una institución que si no existiera habría que inventar. Todas las administraciones han ayudado al cambio espectacular vivido en nuestros pueblos, pero a la vista salta el protagonismo prevalente de la Diputación en el hecho de que se haya achicado la brecha entre las zonas litorales y las de interior y que quienes viven en éstas se beneficien de un proceso de convergencia como nunca antes hasta ahora se había conocido. Además de que muchas de las actividades programadas por la Diputación fueron expuestas de manera itinerante por la provincia, fueron también muchos los ayuntamientos que a nivel local llevaron a cabo actividades de información sobre los logros de treinta años de gobiernos locales democráticos, con lo que la efemérides se convirtió en una magnífica oportunidad para reflexionar sobre la necesidad de reforzar políticamente la instancia de la administración más cercana y más visible, por lo tanto, para el ciudadano.
El siete de agosto de dos mil nueve, el Ayuntamiento de Montejaque celebró en la plaza principal del pueblo el acto de conmemoración de los treinta años de gobiernos locales democráticos, al que invitó a todos los que en esas tres décadas habían sido y eran concejales en el municipio. Posteriormente, los asistentes posamos para la fotografía de rigor en las escalinatas de la iglesia. Como no podía ser de otra manera, Pilar Guzmán, tan presente en la organización de cualquier actividad, dio muestras una vez más de su rechazo al protagonismo y ahí en lo alto aparece, confundida con el tronco de la palmera. En esta ocasión, fue Miguel Alza, el Alcalde del pueblo, el que en razón del cargó sufrió el rigor de la indumentaria al que en otras ocasiones me he referido.
Ayer celebró Iznate la XIII edición del Día de la Uva Moscatel en la que, por el contrario a lo sucedido en años anteriores, no pude estar presente por encontrarme en Alfarnatejo. Es una fiesta que tiene para mí el componente entrañable de todo lo que sucede en la Axarquía, la tierra en la que nací y a la que, como en alguna ocasión he manifestado, sería mi deseo volver para períodos más largos que los exigidos por algún acontecimiento puntual. Seguro que quienes aprecian que se respira distinto apenas se traspasa el arroyo de Totalán entenderán de qué les hablo. El de la uva moscatel tuvo durante mucho tiempo consideración de monocultivo en una amplia zona de la comarca oriental de la provincia de Málaga. De la producción, una pequeña cantidad se verdeaba, otra se destinaba a la producción de vino y la mayor parte se secaba y comercializaba como pasas. La importancia que para la economía de la zona y de la provincia tuvo la producción de uva moscatel fue determinante durante mucho tiempo y alcanzó un porcentaje muy alto de las exportaciones que salían por el puerto de Málaga. En estos momentos, el cultivo de la vid tiene más valor sentimental que económico, aunque no por eso deja de preocupar el hecho de que este año la producción se verá muy reducida porque el fruto ha sido atacado por el mildiu. A pesar de ello, seguro que los vecinos de Iznate encontraran el suficiente para agasajar a las personas que se acerquen al pueblo en celebración tan señalada.
Hace hoy un año que en unión de Gregorio Campos, Alcalde del municipio, recorrimos las calles de la localidad, disfrutando del sosiego de las tardes axárquicas y de la hospitalidad de la gente de Iznate. En uno de los rincones nos paramos a degustar las uvas moscateles, ofrecidas en esos llamativos racimos que se ven en la fotografía. Un detalle de buen gusto que siempre valoraremos de manera positiva quienes hemos nacido entre cepas: las uvas se desgajan cortándolas del racimo y nunca arrancando la carne del que cuando son pasas es el “rabillo” que, según la tradición, tiene la virtud de mantener activa la memoria.