lunes, 8 de agosto de 2011

Memorias de Verano - XXXIX

El Centro Cívico, antiguo hospital de sangre de cuando, a principios del siglo XX, España guerreaba en el norte de África y casa de acogida para niños sin familia después, al que el gobierno del Partido Popular entre mil novecientos noventa y cinco y noventa y nuevo pretendió nominar de manera ampulosa como “Centro de Convenciones Reina Sofía” y al que el pueblo de Málaga conoce como el colegio de La Misericordia, es un lugar en el que se desarrolla una intensa actividad a lo largo de todo el año, pues a un gran número de salones de dimensiones y aforos diferentes y zona de albergue-residencia une el servicio de comedor para quienes de sus instalaciones hacen uso. Junto a las reuniones, encuentros, congresos, etc. de carácter puntual que asociaciones y colectivos de todo tipo vienen a celebrar aquí, en los últimos años el Centro ha venido acogiendo actividades regladas de las cuales las más importantes son las que tienen que ver con los programas que desplazan a cientos de personas de los municipios de la provincia a fin de darles a conocer la ciudad de Málaga y algunas cercanas en períodos cuya duración media suele ser de cinco días. Hay otras actividades que se desarrollan con carácter anual y que tienen que ver con acciones en casi todos los casos destinadas a niños y jóvenes: campus de verano, actividades de la Semana Blanca, fiestas de fin de curso de centros escolares…

Una de esas actividades que año tras año se repiten es la estancia durante unos días de los niños saharauis que en varios pueblos de nuestra provincia cumplen el programa denominado “Vacaciones en paz”. En esa corta estancia en el Centro Cívico conocen algo de la ciudad y, sobre todo, disfrutan de la playa, porque para ellos es el agua el bien más escaso en sus campamentos de residencia y el que más llama su atención. En la fotografía aparecen, poco antes de volver a las durísimas condiciones de vida que les son habituales, en los jardines del Centro Cívico el ocho de agosto de dos mil seis.

Cuando en algún acto que tenía que ver con la actividad de organizaciones no gubernamentales, asociaciones sin ánimo de lucro o colectivos con fines benéficos recibía el agradecimiento de los representantes de los mismos por la colaboración que la Diputación les había prestado para el mejor cumplimiento de sus objetivos, siempre respondía de idéntica y sincera manera: son las instituciones las que tienen que agradecer el trabajo altruista y generoso de estas organizaciones, porque dan un uso eficiente a los recursos que las administraciones públicas ponen a su disposición, posibilitando que las competencias de éstas tengan un más amplio y rápido desarrollo. Observé que en muchas ocasiones las ayudas y subvenciones de la Diputación, que representaban un pequeño porcentaje de los compromisos económicos de algunas actuaciones que estos colectivos acometían, jugaban un importantísimo papel incentivador, de aliento para las personas comprometidas en tareas siempre nobles. Estos grupos solidarios se comportan como capilares que llevan la esperanza a sectores importantes de la sociedad a los que las instituciones tienen difícil llegar con la inmediatez que muchas situaciones requieren.

La Asociación Campillera de Esclerosis Múltiple es uno de esos colectivos. Hace algunos años que se empeñó en construir un centro de atención a las personas aquejadas de la enfermedad. Tal día como hoy de hace cuatro años visitamos las obras, posibles por la inversión de los fondos recaudados por la Asociación, además de por la colaboración del Ayuntamiento de la localidad y la Diputación de Málaga. Ahora sólo falta poner en servicio un magnífico equipamiento que conjuga la residencia con la atención ambulatoria a los enfermos. En la visita, además del Alcalde de Campillos, estuvieron presentes Ana Jesús Morillo, Presidenta de la Asociación, y el ya fallecido y entonces vicepresidente José Casasola.

El veinticinco de abril de dos mil diez, cuando estaba ocupado en los preparativos del Día de la Provincia que se iba a celebrar en Archidona, me llamó Paco Vargas, Alcalde de Pizarra, para darme cuenta del fallecimiento de Domingo González. El día antes, en el transcurso del II Encuentro Interasociativo de la localidad estuve hablando con él mientras se afanaba en hacer una paella para ofrecer a los participantes en la actividad. Domingo fue muchos años presidente de la Peña Los Cafeteras, toda una referencia del tejido asociativo para la gente de Pizarra y para la de muchos otros lugares del Valle del Guadalhorce. Su bonhomía y generosa voluntad ganaba la complicidad de particulares, entidades e instituciones, con la que consiguió hacer de Los Cafeteras algo más de lo que comúnmente se entiende que es una peña. Sus actividades tienen que ver con el recreo, el ocio creativo, el deporte, el folklore, el flamenco, la cultura… La sede de la que dispone, por esfuerzo de los propios socios, es amplia y está preparada para acoger con comodidad la intensa y variada programación con la que ayuda a dinamizar la sociedad pizarreña.

Domingo no delegaba en nadie las gestiones necesarias para el mejor desarrollo de tal programación. Poniendo empeño en el mejor fin de todo lo que tenía que ver con la sociedad que presidía, sus mayores esfuerzos los dirigía a organizar cada verano un festival flamenco con más deseos de agradecer a los artistas, malagueños siempre, la colaboración que a lo largo del año prestaban a la peña que el de servir a una afición local más bien corta y casi siempre retraída. Atendiendo a la invitación del Alcalde de Pizarra y de Domingo, el ocho de agosto de dos mil nueve asistí con ellos a la XXV edición del festival.