martes, 9 de agosto de 2011

Memorias de Verano - XL

Relataba hace unos días la entrega del estoque de Plata “Antonio Ordóñez” a quien a él se había hecho merecedor por ser el triunfador de la feria taurina de Málaga. El veredicto que así lo determina corresponde a un jurado que cada año se constituye en los días inmediatos al inicio del ciclo ferial. Desde que tuve la responsabilidad de presidirlo decidí que del mismo formaran parte, además de los representantes de la institución convocante, tan sólo profesionales especializados en la información taurina en los medios de comunicación de la ciudad. La representación de la Diputación se ha mantenido inalterable durante los últimos ocho años y las modificaciones producidas en la de la prensa se debieron a la incorporación de nuevos medios o al cambio de los encargados de la información sectorial. Vista hoy la fotografía de la reunión del jurado el nueve de agosto de dos mil cuatro, destacan dos circunstancias. La primera responde a la ausencia ya permanente de Pacurrón, del que hablaré en un próximo capítulo, y de Manolo Segura, fallecido no hace todavía dos meses. Conocí a éste último cuando era ya un anciano sencillo y afable con el que la vida había ahorrado generosidad en sus últimos años. Confío en que durante la próxima feria taurina se evocará, porque su trayectoria profesional lo merece, a este matador de toros malagueño que ha sido hasta el momento el que más veces ha salido a hombros por la Puerta Grande que lleva su nombre.

La otra circunstancia tiene que ver con la presencia de tres mujeres entre los doce componentes del jurado. Lejos de la paridad aún, pero téngase en cuenta que era el primer jurado taurino de nuestra provincia en el que una cuarta parte de los componentes eran mujeres. Pertenecí al del Capote de Paseo del Ayuntamiento de Málaga cuando todos los componentes éramos del sexo masculino. Así pues, Ana María Romero, Cristina Alcaraz y María Antonia Delgado tenían hace siete años la condición de adelantadas en un mundillo que contempla con normalidad la involución: después de aquella convocatoria hubo alguna en la que se pasó a una sola mujer en el jurado y este año son dos.

Durante los últimos doce años de gobierno socialista en la Diputación, la oposición del Partido Popular ha usado como argumento recurrente el de que actuábamos como muleta de la Junta de Andalucía (tapavergüenzas, según el “elegante” término utilizado por los conservadores) por causa de la colaboración que para el desarrollo de algunos programas o actuaciones concretas desde hace años se ha venido manteniendo entre las administraciones provincial y autonómica. Tales acusaciones fueron especialmente agrias cuando por parte de ambas se alcanzaron sendos acuerdos para la construcción y mejora de centros educativos y consultorios médicos en municipios de la provincia. Ayer daban cuenta las ediciones digitales de los medios de comunicación malagueños de que la correspondiente Comisión Informativa de la Diputación aprobó la licitación de las obras de construcción del Centro de Salud de Benamocarra, incluido en uno de los convenios antes mencionados. Nunca estuvieron a favor los diputados del Partido Popular con los contenidos del convenio, pero como ahora se trata de construir el equipamiento sanitario en una localidad cuyo alcalde es uno de los suyos después de la lamentable operación de transfuguismo protagonizada meses antes de las últimas elecciones, las reseñas periodísticas no decían nada de que el portavoz del Grupo Popular se refiriese al carácter espurio del convenio.

Durante el año dos mil siete, comparecí en varias ocasiones ante los medios de comunicación con el entonces Delegado del Gobierno de la Junta de Andalucía, José Luís Marcos, a fin de dar cuenta del alcance de la colaboración que en todos los ámbitos de gobierno se venía llevando a cabo entre las dos administraciones y demostrar que en absoluto la misma resultaba lesiva para los intereses de los ciudadanos de Málaga. En la sala de prensa de la delegación del Gobierno, el nueve de agosto de dos mil siete informamos sobre las actuaciones conjuntas en materia de espacios escénicos.

Tengo predilección por las pequeñas localidades de nuestra provincia y de manera especial por las de la Serranía de Ronda, porque están lejos de casi todo, porque se despoblaron sangrantemente a partir de los años sesenta del siglo pasado, porque los pocos que aún viven en ellas son generosos en su hospitalidad, porque sus paisajes son singularmente hermosos… y porque allí me reencuentro con un modo de vida que todos mereceríamos si pudiésemos conciliarlo con el disfrute de lo que la modernidad pone a nuestro alcance. Por ello tuve inclinación a colaborar decididamente con sus gobiernos locales para que el afán de mejorar las condiciones de vida de los serranos no quedase reducido a mero voluntarismo. Algunos de esos pueblos irán apareciendo en estas Memorias. Hoy lo hace Faraján, cuyos habitantes tienen un mérito que me produce alegría tan sólo con pronunciar el nombre del pueblo: en las elecciones locales de dos mil siete dieron al PSOE siete concejales de siete y en las del pasado veintidós de mayo seis de siete. Así que Fernando Fernández ha sido por dos ocasiones consecutivas de los alcaldes más apoyados por sus vecinos.

Con él, con algunos de sus concejales, alcaldes de la zona y diputados provinciales compartimos un mediodía de feria tal día como hoy de hace dos años. Al igual que en las demás localidades del Alto Genal, en Faraján se ha impuesto en los últimos años la costumbre de que cada día de los de feria la totalidad de vecinos participa de la comida comunal en la plaza del pueblo: el Ayuntamiento ofrece un menú, los vecinos lo complementan con sus propias aportaciones y no se le quita a la diversión el tiempo de preparar la comida en cada una de las casas. Magnífica idea que en pueblos de alrededor de trescientos habitantes es posible tanto por la sencillez de la intendencia precisa como por el soportable importe económico de la actividad.