jueves, 14 de julio de 2011

Memorias de Verano - XIV

Después de haber sido Diputado en la oposición entre 1995 y 1999, Vicepresidente Segundo, Diputado delegado de Infraestructuras y portavoz del Grupo Socialista entre 1999 y 2003, el lunes catorce de julio de este último año, tras la toma de posesión de la nueva Corporación Provincial, fui elegido Presidente de la Diputación de Málaga con los votos de los catorce diputados del Partido Socialista Obrero Español y los dos de Izquierda Unida.

En la primera de las fotografías, el Presidente de la Mesa de Edad, Antonio Blanco, me hace entrega de los atributos de la Presidencia: medalla corporativa y bastón de mando. Aunque obsolescentes ya hace ocho años, todavía se utilizan como símbolo de la máxima responsabilidad en cualquiera de las instancias de la administración local.

El discurso que pronuncié en tan solemne ocasión no pasaba en aquel momento de lo que suelen ser todos los pronunciamientos en circunstancias semejantes: una ilusionada exposición de buenas intenciones. Ya sabemos que, después, las circunstancias se imponen y se pueden cumplir compromisos, defraudar expectativas, sorprender con algunas actuaciones imprevistas, olvidar promesas vehementes… La vida misma.

Me daría por satisfecho si de todo lo que dije hace ahora ocho años se ha cumplido algo de lo expresado en el siguiente párrafo de un discurso que, pese a las dudas que tras leerlo me trasladó un profesional de los medios de comunicación de Málaga, escribí desde la primera a la última de sus letras:

“La sociedad malagueña de este comienzo de milenio es radicalmente distinta a la de hace veinticinco años. Se han producido cambios trascendentes sobre los que debemos reflexionar para proponer una estrategia global que permita hacerles frente con una meta común: hacer de la Málaga del siglo XXI una sociedad avanzada y cohesionada en la que las condiciones de igualdad y libertad para el ejercicio de los derechos de todos sus habitantes sean efectivas a partir de la erradicación de la marginalidad, sea del signo que sea, porque no es posible nuestra dignidad sin la de todos, como expresaba, en las palabras que a su hija Julia dedicara, José Agustín Goytisolo, tataranieto de la escritora María Mendoza Méndez, nacida en Ardales en 1821”