lunes, 11 de julio de 2011

Memorias de Verano - XI

Que una institución pública tiene siempre más obligaciones y atenciones pendientes que recursos económicos es algo que no necesita explicación. Y ese desequilibrio entre necesidades y posibilidades se acentúa conforme el nivel socioeconómico de una sociedad se acerca al deseable, porque el bienestar genera una demanda superior a la habitual en un estado de precariedad. En esa escasa disponibilidad nos escudamos en ocasiones los gobernantes para justificar el incumplimiento de algunos compromisos. No tendría que ocurrir en el caso de la depuración de aguas residuales porque debería tener prioridad presupuestaria la necesidad de preservar el medio natural, facilitando la reutilización de un bien imprescindible y cada vez más escaso.

Hace ya algunos años que, conforme a lo establecido en la directiva de la Unión Europea, todas las aguas residuales tendrían que estar tratadas. En la provincia de Málaga, la construcción de estaciones depuradoras se repartió entre las administraciones estatal, autonómica y local, interviniendo la Diputación de manera subsidiaria para hacer posible el compromiso de la última. Con éxito, según se desprende del hecho de que sea la parte adjudicada a la administración local la que presenta un más alto grado de cumplimiento. Hoy hace siete años que inauguramos la Estación Depuradora de Aguas Residuales de Canillas de Albaida, municipio de La Axarquía de unos setecientos habitantes.

Con el programa “Málaga en Flamenco”, la Diputación se proponía recuperar el papel de primer orden que siempre jugó Málaga en todo lo relacionado con un arte tan nuestro como cualquiera otras de las señas identitarias que nos confieren singularidad como pueblo. Advertíamos en el momento de hacer la propuesta que cualquier actuación estaría fundamentada en el valor cultural del flamenco, mucho antes de que la UNESCO le otorgara el reconocimiento formal. Y que, siendo las circunstancias de Málaga las que eran, las actividades previstas estarían enfocadas a incrementar el atractivo de una oferta turística sin duda muy potente, pero necesitada de diversificación para atender las demandas de los nuevos viajeros.

El once de Julio de dos mil cinco, dos meses antes de que en el teatro Cervantes de Málaga se inaugurara la I edición de la Bienal “Málaga en Flamenco”, con la Consejera de Cultura, Rosa Torres, y el Consejero de Turismo, Paulino Plata, convenimos los términos de una colaboración necesaria tanto por la participación presupuestaria a la que se comprometía la administración autonómica como por el mensaje inequívoco de la apuesta por los valores culturales del arte flamenco y por sus potencialidades como elemento complementario de la principal actividad económica de nuestra provincia que se desprendía de la implicación de las dos consejerías competentes en las respectivas materias.

Y justo hace un año, a la misma hora en que escribo estas letras, no es difícil imaginar qué hacía. Tanto se ha escrito del más importante éxito del fútbol español en toda su historia que resulta imposible decir algo nuevo si no responde a una vivencia personal. La mía tiene que ver con el hecho de que desde mil novecientos sesenta y cuatro no lograba memorizar la alineación de una selección española, posiblemente porque no encontraba el estímulo para hacerlo. Ni siquiera con la que ganó la Eurocopa dos años antes de ser campeona del mundo. Aunque nada desplazará jamás de mi devocionario futbolístico el recuerdo de aquellos once jugadores (entonces no estaban permitidos los cambios) que hace casi medio siglo derrotaron a la selección de la Unión Soviética y se proclamaron campeones de Europa y la infantil emoción ante el escorzo-gol de Marcelino, no tengo por menos que reconocer que estos campeones del mundo que han dado cumplimiento al sueño de varias generaciones de aficionados españoles son algo más que extraordinarios y que el gol de Iniesta es la más evidente demostración de que los humildes adornan de grandeza todo lo que protagonizan.