“El hombre de más cultura en la sangre que he conocido”, dijo García Lorca de Manuel Torre, el jerezano de voz tan descarnada como expresiva. Alguna vez lo hemos comentado, porque los dos compartimos afición por el flamenco y es muy parecida la valoración que nos merecen las aportaciones que al mismo hicieron los artistas desde el comienzo del grito al momento presente. Desconozco los motivos de Federico para realizar tan contundente afirmación, pero seguro que no están menos fundamentados los que tengo para apropiarme de la frase del poeta y aplicártela. No vayas a tomarlo como irreverencia, que te conozco. Descuida, que en mi deseo no hay la menor intención de ofender la memoria del granadino.
Federico mal murió antes de que nacieras y nací dos décadas después de que Manuel Torre ganase la inmortalidad de la leyenda. Ni Federico te conoció ni alcancé a tratar al Torre. Por tanto, sin que merme un ápice el respeto y admiración que el poeta y sus pronunciamientos me inspiran, afirmo que no he conocido a nadie que, como tú, dé más sentido a los términos hombre, cultura y sangre.
De exagerado, amigo, nada. No voy a dejar que tu extremo sentido del pudor me obligue a callar una vez más lo que pienso de ti. Y lo que pienso es que en tu persona se conjugan los valores de fidelidad a la tradición de raíz telúrica y ancestral, de tenacidad en la vocación de aprender en la vida y en la gente, de humildad para el provecho y de orgullo en el servicio, de voluntaria generosidad en el ofrecimiento a causas nobles, de sosegada prudencia en la preocupación y en la felicidad, de condescendencia ante la necedad y de reconocimiento al sensato…
Nada de protocolo hay en mis palabras, hombre. Ya sabes que me fastidia, como a ti, esa parafernalia de cumplidos y galanteos de quienes en los actos de reconocimiento quieren quedar bien con el reconocido y, sobre todo, consigo mismo, buscando la fascinación del auditorio. Ni una sola de esas palabras que tan amables consideras son fruto de la especulación, sino que responden a la observación (¿o piensas que no me he fijado?) de tus actos a lo largo de los más de treinta años transcurridos desde que un joven e inexperto maestro de escuela empezó a recibir enseñanzas de un veterano testigo de la vida.
No es difícil identificar los afectos sinceros. No he necesitado verte cada día para saber que contaba con un amigo absoluto. No me perdonaría si el absurdo recato que nos impide exteriorizar los sentimientos cuando son auténticos te ha llevado a entender como frialdad algunos de mis silencios. Ya sabes que con frecuencia, y por un equivocado sentido de la firmeza, tendemos a considerar debilidad la expresión de los sentimientos. Pero tengo motivos suficientes para desterrar esa aprensión porque estoy convencido de que nunca dudaste de mi amistad.
Fíjate la paradoja que se da en el hecho de que seamos capaces de emocionarnos con un cante, con un toque (como ese que por malagueñas de personal inspiración nos ha ofrecido el mismo Juani que, sintiéndole nuestro, alentamos en su empeño de aprender a tocar la guitarra), o con una copla o un violín por verdiales, e intentemos disimular las emociones que nos inspiran quienes con su comportamiento leal y honrado se hacen merecedores de nuestro afecto. Pero, tal y como encarrilamos nuestros comportamientos sociales en el tiempo presente, tengo serias dudas de que seamos capaces de dar un poco de normalidad a nuestras expresiones y de hacer innecesario el lamento por las oportunidades que de mostrarnos tal y como somos hemos perdido.
No hay nada como la palabra para superar las situaciones de pudor injustificado que a veces ganan a la devoción que sentimos por quienes de ella se han hecho acreedores. Por tanto, mi querido amigo, ya sabes que esta expresión que acabo de pronunciar es el más fiel reflejo del respeto, admiración y afecto que de manera mutua nos profesamos. Un abrazo, Alfonso.
Federico mal murió antes de que nacieras y nací dos décadas después de que Manuel Torre ganase la inmortalidad de la leyenda. Ni Federico te conoció ni alcancé a tratar al Torre. Por tanto, sin que merme un ápice el respeto y admiración que el poeta y sus pronunciamientos me inspiran, afirmo que no he conocido a nadie que, como tú, dé más sentido a los términos hombre, cultura y sangre.
De exagerado, amigo, nada. No voy a dejar que tu extremo sentido del pudor me obligue a callar una vez más lo que pienso de ti. Y lo que pienso es que en tu persona se conjugan los valores de fidelidad a la tradición de raíz telúrica y ancestral, de tenacidad en la vocación de aprender en la vida y en la gente, de humildad para el provecho y de orgullo en el servicio, de voluntaria generosidad en el ofrecimiento a causas nobles, de sosegada prudencia en la preocupación y en la felicidad, de condescendencia ante la necedad y de reconocimiento al sensato…
Nada de protocolo hay en mis palabras, hombre. Ya sabes que me fastidia, como a ti, esa parafernalia de cumplidos y galanteos de quienes en los actos de reconocimiento quieren quedar bien con el reconocido y, sobre todo, consigo mismo, buscando la fascinación del auditorio. Ni una sola de esas palabras que tan amables consideras son fruto de la especulación, sino que responden a la observación (¿o piensas que no me he fijado?) de tus actos a lo largo de los más de treinta años transcurridos desde que un joven e inexperto maestro de escuela empezó a recibir enseñanzas de un veterano testigo de la vida.
No es difícil identificar los afectos sinceros. No he necesitado verte cada día para saber que contaba con un amigo absoluto. No me perdonaría si el absurdo recato que nos impide exteriorizar los sentimientos cuando son auténticos te ha llevado a entender como frialdad algunos de mis silencios. Ya sabes que con frecuencia, y por un equivocado sentido de la firmeza, tendemos a considerar debilidad la expresión de los sentimientos. Pero tengo motivos suficientes para desterrar esa aprensión porque estoy convencido de que nunca dudaste de mi amistad.
Fíjate la paradoja que se da en el hecho de que seamos capaces de emocionarnos con un cante, con un toque (como ese que por malagueñas de personal inspiración nos ha ofrecido el mismo Juani que, sintiéndole nuestro, alentamos en su empeño de aprender a tocar la guitarra), o con una copla o un violín por verdiales, e intentemos disimular las emociones que nos inspiran quienes con su comportamiento leal y honrado se hacen merecedores de nuestro afecto. Pero, tal y como encarrilamos nuestros comportamientos sociales en el tiempo presente, tengo serias dudas de que seamos capaces de dar un poco de normalidad a nuestras expresiones y de hacer innecesario el lamento por las oportunidades que de mostrarnos tal y como somos hemos perdido.
No hay nada como la palabra para superar las situaciones de pudor injustificado que a veces ganan a la devoción que sentimos por quienes de ella se han hecho acreedores. Por tanto, mi querido amigo, ya sabes que esta expresión que acabo de pronunciar es el más fiel reflejo del respeto, admiración y afecto que de manera mutua nos profesamos. Un abrazo, Alfonso.