En el momento presente, la militancia en el PSOE se ha convertido en terreno abonado para la desilusión, con clara tendencia a la depresión, por lo que la respuesta lógica de quienes a caer en ella nos resistimos no debería ser otra distinta a la que suponga armarnos de coraje, mandar a paseo la melancolía y poner firmes las convicciones que en su día avalaron la toma de partido por el que a pesar de la debilidad presente guarda el patrimonio de haber sido el que más ha aportado para situar a España en el camino de la modernidad, del progreso y del bienestar. Pero la facilidad con la que se llega a determinar el que a nivel individual se puede entender como el más adecuado remedio se torna dificultad a la hora de su aplicación, por causa del pesimismo al que lleva la evidente contradicción existente entre lo que piensa la mayor parte de los afiliados de base y lo que están dispuestos a permitir quienes forman parte de la cúpula dirigente.
Porque sólo quienes pretenden salvaguardar su posición de privilegio en el ámbito de las responsabilidades orgánicas, que son en la mayor parte de los casos el salvoconducto para garantizar la continuidad de las que ya se tienen o la oportunidad para acceder a las de carácter institucional, piensan que es posible devolver el vigor y la credibilidad al PSOE sin acometer una renovación de amplio alcance que no deje duda alguna sobre la voluntad de acompasar el ritmo a la exigencia de los nuevos tiempos, desterrando los vicios adquiridos y emprendiendo un lento pero seguro camino que nos lleve a recuperar el espacio en el que ganamos respeto y apoyos mientras lo supimos compartir con la gente y con sus problemas y aspiraciones. Para eso hacen falta mensaje nuevo, discurso nuevo, estrategia nueva. Y caras nuevas.
En las Elecciones Generales del pasado 20 de Noviembre, el PSOE perdió cuatro millones y medio de votos y un tercio de los diputados que hasta entonces tenía en el Congreso. El castigo electoral era respuesta clara y contundente a una acción de gobierno que la mayoría de los ciudadanos no entendía, porque no se le había explicado o porque no la compartía. A la casi totalidad de votantes del pasado 20 de Noviembre le traía sin cuidado que el PSOE eligiera a sus candidatos por primarias, por listas abiertas o por el habitual procedimiento estatutario; le importaba bien poco la frecuencia con la que los órganos de gobierno del partido se reúnen y los asuntos que en ellos se tratan; no se la había pasado por la cabeza cambiar su voto como manera de mostrar su desacuerdo por el funcionamiento intramuros de la formación socialista. Bien es verdad que todas estas circunstancias tienen que ver con la salud interna y la percepción que la ciudadanía tiene del PSOE, pero el 20-N no estaban en el terreno de juego.
En las últimas Elecciones Generales se ha evaluado a un gobierno y el pronunciamiento de los ciudadanos ha sido tan concluyente que parece lógico pensar que no son los miembros de aquél los más adecuados para llevar a cabo la labor de recuperación que el Partido necesita. Cierto que el ejercicio de la cosa pública ensimisma y dificulta, por tanto, la capacidad de análisis necesaria para determinar cuando procede dar un prudente paso atrás, pero cuando una formación política se enfrenta a una perturbación de la dimensión de la que ahora mismo afecta al PSOE, quienes hemos protagonizado largos períodos tanto de dirección orgánica como de representación institucional deberíamos ser conscientes de que a todos nos alcanza la responsabilidad de lo sucedido y evitar mirar para otro lado, escurrir el bulto y esconder la cabeza bajo el ala, confiados en que pasará la tempestad y nosotros seguiremos flotando. Ese es el sentir generalizado que cualquiera que quiera escuchar percibe de la militancia y de esa parte de la ciudadanía que ha castigado con su voto la que ha entendido errónea gestión de una coyuntura, pero que no tiene dudas de que nos devolverá la confianza apenas nos hagamos merecedores de ella.
Que nadie se sienta imprescindible. La existencia del PSOE no está condicionada a la permanencia en los cargos de quienes ahora los ocupan, por más alta consideración que éstos tengan de sí mismos. Por si de algo les sirve la experiencia de quien actuó conforme a lo que reclama, les animo a volver a sus profesiones, a comprobar que hay vida más allá del ejercicio activo de la política, a retomar la sensibilidad con la calle que tan necesaria es para que el proclamarse socialista no se convierta en algo gaseoso. Les animo a caer en la cuenta de que es ahora el Partido que tanto les ha dado el que precisa de la generosidad de sus militantes. Les animo a mirar al PSOE antes de que se lastimen el cuello mirando su culo.